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Esquilo fue el primero que presintió que el glorioso Aquiles y su mejor amigo Patroclo eran en realidad amantes. En la Ilíada, ya el hijo de Zeus había declarado a su fallecido compañero como “el hombre que amaba más que a todos los demás”. Pero en Los mirmidones, esa trilogía desaparecida de Esquilo, este “echaba de menos la belleza de su cuerpo y la ternura de sus besos”.
La anécdota no obliga a nadie a catalogar el canónico libro en una lista de literatura LGBTIQ+. Si la Ilíada estuviera en un escaparate de una librería durante el mes de junio, una turba de padres enardecidos –y con inexplicable rabia– lo cancelarían del plan lector que reciben sus hijos. Pero, en otro caso, perderíamos ese gesto de inquietar a los lectores heterosexuales desprevenidos. O a los que aún no están seguros si lo son.
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Lo cierto es que hasta hace muy poco no había muchos referentes claros en la literatura; no había literatura gay y mucho menos autores que lo declararan sin miedo. Uno de los primeros escritores condenados en el canon tradicional fue el irlandés Oscar Wilde. De profundis (1905) es la carta que el autor escribe desde la cárcel a su antiguo amante, el escritor Lord Alfred Douglas, a quien con despecho y afecto le reprocha la culpa de verse aprisionado por sodomía.
Teleny (1893) –a la que se adjudica a este autor sin certeza– fue uno de los primeros ejemplos de erotismo en la lengua inglesa. Se dice que fue inspirada en una obra previa: Los pecados de las ciudades de la llanura, basada en la historia real de una pareja de travestis que fueron juzgados por la sociedad victoriana en 1871.
La historia le hizo justicia a Wilde, pero todavía faltan muchos escritores por rescatar. En 1895 se publicó una de las obras más escandalosas para la época y, para colmo, en nuestro continente: Buen criollo, del brasileño Adolfo Caminha, fue silenciada por décadas. Se trata de la historia de Amaro, un esclavo negro que al escapar se embarca en la marina y empieza una serie de relaciones sexuales y pasionales con Alexio, un hombre rubio y blanco. La obra no es solo valiosa por su valentía, sino porque propone un enfoque novedoso de la esclavitud latinoamericana.
Algunos escritores de distintas latitudes exploraron más la homoerótica desde la sutileza introspectiva y el romance: en 1906, Alas –del escritor ruso Mijaíl Kuzmín– cuenta el romance entre un joven y su mentor, un escándalo para la sociedad zarista. En 1912, en Alemania, Thomas Mann escribió Muerte en Venecia, que retrata el amorío de un escritor de edad madura y un adolescente. Más adelante, Yukio Mishima describe la negación de la propia sexualidad debido a la represión de la sociedad japonesa (Confesiones de una máscara, 1949).
Las mujeres escritoras eran escasas y mucho más si los libros retrataban personajes que no encajaran con el rol de género. Desde Sor Juana Inés de la Cruz y sus versos encendidos por la virreina María Luisa en el siglo XVll (“ser mujer, ni estar ausente, no es de amarte impedimento”), el canon recuerda la publicación de Orlando: una biografía (1928) de la escritora inglesa Virginia Woolf. Su obra la convirtió en una de las grandes figuras de la comunidad LGBTIQ+ al contar la historia de un noble inglés que se transfigura en mujer y hombre durante más de 400 años. Fueron las primeras puntadas, al menos tan públicas, de un cuestionamiento sobre las implicaciones sociales de la sexualidad.
Pero la diversidad se repartía en todos los géneros literarios. En 1969, la escritora estadounidense Ursula K. Le Guin marcó un hito en la ciencia ficción: La mano izquierda de la oscuridad es la historia de la llegada de un extraterrestre al planeta Invierno donde los habitantes son hermafroditas capaces de cambiar y elegir su sexo. La novela produjo gran controversia y su mundo ficticio de Terramar y la federación Ekumen se convirtieron en un clásico.
Han existido otros referentes femeninos: El precio de la sal o Carol (1952), de Patricia Highsmith; la novela El color púrpura, de Alice Walker, galardonada con el Premio Pulitzer (1982), o Stone Butch Blues (1993), de la activista transgénero Leslie Feinberg, una de las obras de culto en la comunidad y una de las novelas más importantes en EE. UU.
En Latinoamérica, la uruguaya Cristina Peri Rossi –Premio Cervantes 2021– fue pionera en destacar una mirada ‘cuir’ a través de cualquier tema: la política, su exilio, la creación literaria y hasta el fetichismo. Es la única escritora asociada al boom latinoamericano. Pero ahora cada vez se abren nuevas voces: en el 2020, Camila Sosa Villada se convirtió en la primera mujer travesti en recibir el premio más prestigioso de la literatura femenina, el Sor Juana Inés de la Cruz.
No hay forma de olvidar a García Lorca en España, a Reinaldo Arenas en Cuba, a Néstor Perlongher –fundador del Frente de Liberación Homosexual– en la Argentina. Pero al inolvidable e irreverente Pedro Lemebel sería un sacrilegio omitirlo con sus tacones, maquillaje y demás sutilezas. Además de emplear la provocación como denuncia política, al chileno se lo considera un autor de culto para el movimiento cuir, pero también para la narrativa latinoamericana.
En lo local, el poeta Porfirio Barba Jacob –Canción de la vida
profunda (1937) – fue el primer referente de literatura homosexual en Colombia. Su vida –descrita en la completa biografía escrita por Fernando Vallejo llamada El mensajero– da cuenta de una vida más extravagante que lo que sus tímidas referencias homoeróticas literarias muestran.
No obstante, la novela que abrió la noción de la homosexualidad en el país fue Un beso de Dick (1992), cuyos lectores debían pelearse por las fotocopias pues la impresión de la novela de Fernando Molano era impensable. Supone la historia del primer amor de Felipe, un joven bogotano que sueña con ser futbolista mientras vive en secreto los delirios de su primer amor con Leonardo, su compañero de clase y de equipo.
Y, por supuesto, escritores como Fernando Vallejo en La Virgen de los sicarios (1994), Alonso Sánchez Baute en Al diablo la maldita primavera (2002), y Giuseppe Caputo con Un mundo huérfano (2017) se han convertido ya en clásicos referentes de una literatura que se pregunta y exige espacios para ser diverso y colombiano en la misma oración: en las comunas de Medellín, en un sauna gay, en las discotecas y hasta cómo convertirse en la mejor drag queen del país.
Hoy definir una literatura queer –o cuir en Latinoamérica– LGBTIQ+, marica, no solo tiene que ver con una postura política para visibilizar escritores que parten de orientaciones e identidades diversas. Para Caputo, “cada artista tiene la posibilidad de usar el rayo enrarecedor –o homosexualizador–, sea cual sea su orientación sexual o identidad de género. Para mí, lo interesante es mirar de qué forma una obra refuta o abraza los valores sociales, políticos, económicos dominantes del neoliberalismo: eficacia, consumo rápido y fácil, etcétera”. Y añade, “una novela cuir debe tener una estética cuir o rara, que pase por el deseo, por el cuerpo, también por el tiempo y por el espacio. Un tiempo de vida cuir es un tiempo de vida no normativo”.
“La literatura queer o marica o lgbt o rarita es la litertaura que reivindica el derecho que tenemos a ser como somos, raritos”, define Elizabeth Castillo, hoy subdirectora para asuntos LGBTQ+ en el distrito y una de las voces más reconocidas en la lucha por los derechos de esa comunidad en Colombia.
En Bogotá existe una librería que en palabras de su librero “no se viste de marica en junio ni julio, sino que está ataviada de maricas desde enero a diciembre”. En la Librería Garabato hay dos altares: Cristina Peri Rossi y Virginia Woolf. Hay una sección de estudios de género y sexualidad donde se ubican libros que reflexionan sobre experiencias sexo-afectivas políticas. “Geográficamente, Judith Butler está encima de Platón”, señala Carlos Sosa, el librero. “Como menciona Pedro Adrián Zuluaga, no hay una literatura marica como tal, sino una mirada marica que hace que uno encuentre ciertos gestos en ciertas obras”.
En este mes conmemoramos que los huesos de Aquiles y Patroclo puedan estar juntos en una urna de oro. Es hora de revisitar las lecturas canónicas. La literatura siempre ha sido diversa por definición.
GABRIELA HERRERA GÓMEZ
REDACTORA REVISTA BOCAS
@gabrielahergo
Como lo prometimos, aquí van 99 títulos gays:
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