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Cristina Carrillo De Albornoz Fisac, exdiplomática de las Naciones Unidas (UNESCO y PNUD) en Suiza y Francia, actualmente comisaria de arte independiente en los principales museos del mundo, publica Un beso en Tokio (La Huerta Grande), su primera novela en español. El libro se puede entender como un thriller y una larga poesía. Entrelaza la lectura de grandes poetas y explora los secretos y experiencias de los universos eternos del arte, el cine, la música y la arquitectura a través del espíritu intuitivo y vital de un insigne arquitecto, Kengo Ōe, que siente y sueña que el arte nos transporta a universos únicos, y borra fronteras, también entre Occidente y Oriente. THE OBJECTIVE ha conversado con la escritora sobre el arquitecto que la inspiró, el significado del amor y la belleza; y sobre los museos, que se han convertido en su segunda casa.
PREGUNTA.- Actualmente es comisaria en los principales museos del mundo. En el libro uno de los personajes dice en un discurso: «Quería un museo en el que, en vez de aprender el valor predeterminado del arte, los individuos tuvieran una conexión con el arte formándose su propio entendimiento». ¿Piensa que hoy en día las personas conectan con las obras o el arte se entiende superficialmente?
RESPUESTA.- Cada persona conecta de forma diferente con la obra de arte. Cuando un visitante va a un museo, es como un viaje sorpresa. Uno espera encontrar algo que le aporte una emoción o aprenda algo que no sabía. El factor sorpresa es muy importante. Cuando entras en un museo, entras en otra realidad. Una realidad bella que no es la realidad misma, pero sí es paralela a la realidad. Entonces, puedes conectar de mil maneras: de una forma simplemente emotiva o de más profunda. Pero siempre cuando sales de un museo es como que te llevas un regalo y creo que si lo incorporas a tu vida vas a ser más feliz.
P.- ¿Cree en el arte inmersivo, ahora que cada vez hay más interés en esta forma de exponer las obras artísticas?
R.- El arte inmersivo me parece muy interesante. Primero porque te ofrece una versión de las obras de arte y de los artistas con muchísimo detalle y dinamismo. Nos conecta con el siglo XXI directamente. Creo que el arte siempre tiene que hablar de la época en la cual se crea. Además, el arte inmersivo atrae a otro tipo de público, como la gente joven. Y la gente que no es tan joven, como nosotros, [Ríe] también encuentra otra dimensión mucho más lúdica. Es otra forma de mirar y de descubrir el arte.
P.- ¿Cómo recuerda su primera vez en un museo?
R.- Mi primer recuerdo consciente es del museo Rodin de París. Su casa, que era como un hotel, que está ahora en el centro, es maravillosa, se la recomiendo a cualquiera. Tenía 14 años y paseando por los jardines de pronto casi me puse a llorar y dije: ‘¿Qué me está pasando? Me estoy volviendo loca’. Toda la fuerza que Rodin había puesto en tosas aquellas esculturas, en «El beso», por ejemplo, me lo estaba transmitiendo ahí mismo. Entonces dije: ‘Esto es mágico, quiero ir a muchos más museos del mundo’. Así empezó un camino largo recorriendo el mundo del arte. A muchos artistas tenemos que darles las gracias por existir.
P.- Un beso en Tokio es su primera novela en español. ¿Cómo surgió la idea de escribirla?
R.- He escrito siempre, desde que era pequeña. Escribía diarios, luego poesías, con más o menos éxito. Luego empecé a escribir en muchos catálogos de exposiciones y luego también cuando trabajaba de diplomática en Naciones Unidas. Hacía muchísimas colaboraciones con muchos periódicos desde El País a Le Monde. Escribir es algo que ha sido muy importante para mí siempre. He escrito 12 libros en inglés, pero nunca había escrito una novela en español y siempre pensaba que tenía que llegar. Creo que no puedes forzar la escritura, sino que llega, te encuentra y tienes que captar la posibilidad y la oportunidad. A mí me llegó cuando visité Japón en 2005 y conocí a uno de los grandes arquitectos de nuestro tiempo que es Tadao Andō, un hombre muy inspirador, tanto en lo personal como en su obra.
Me contó muchísimas cosas. Desde cómo las personas no se comunican más que con las máquinas hasta cómo en su despacho, sus arquitectos no hablan entre ellos. Cómo la arquitectura suya se unía con la naturaleza de una forma maravillosa y cómo él, que adquirió conocimiento de forma autodidacta, había recibido el premio más grande de arquitectura, el Pritzker. Exploró los más grandes edificios de arquitectura del mundo desde el Panteón hasta las obras de Le Corbusier, y volvió a Japón para fundar un despacho de arquitectos. Ha creado una arquitectura única, que une occidente y oriente.
P.- Un beso en Tokio es el retrato íntimo del arquitecto japonés, Kengo Ōe, que es un personaje inspirado en el gran arquitecto Tadao Andō. ¿Qué fue lo que le fascinó tanto cuando lo conoció para que la inspiración de la novela sea su historia personal?
R.- Sí. Kengo es un personaje ficticio que está inspirado en Tadao Andō. En la vida hay muchas veces un punto de inflexión, algo que te lleva a comenzar algo. Entonces el conocer a este hombre y todas estas ideas que he descrito antes me llevan a pensar que tengo que escribir una novela de un arquitecto. Al final la arquitectura es el arte que se nutre de todas las artes y además la arquitectura tiene algo muy importante que es el material de la luz. Además, Tadao Andō era el maestro de la luz. En ese momento yo también había conocido a grandes artistas que estaban en plena crisis y decía: ‘Cómo este hombre que es riquísimo y que lo tiene todo no puede crear porque está en una crisis metido en un cuarto oscuro’. Era una forma de meterme en la mente de un artista a través de un personaje ficticio. Es una fusión de muchos artistas muy importantes de todo el mundo que he conocido.
P.- Hace mención a la cultura oriental, los haikus, el arte, la literatura… ¿De dónde surge su interés por aquel mundo lejano?
R.- El arte oriental estaba en casa desde que era pequeña. El tío de mi madre era Miguel Fisac, que es otro gran arquitecto y él tenía un gran amor a Asia. A la vez, cuando trabajaba en Naciones Unidas, mis grandes amigas eran japonesas. El mundo asiático siempre me ha atraído y ha estado presente desde la niñez en casa. Siempre que estoy en Japón siento una conexión constante y profunda con ese país, con ese mundo de delicadeza, de belleza. Entre la luz y las sombras. Ellos juegan con las sombras, pero en cierta forma es realmente para ensalzar la luz, que es algo fundamental para ellos. El libro no es sobre Japón específicamente, sino que el espíritu japonés está dentro, y es a través de donde habla el protagonista. Ese mundo de belleza y delicadeza, de detalle, lo lleva él en su interioridad.
P.- También podríamos decir que este es un libro de viajes. El lector viajará desde Japón a China, hasta Washington y Berlín, entre otras ciudades y países. Llega hasta España. Usted también ha viajado por todo el mundo. ¿Diría que el viajar nos forma como personas, desarrolla nuestra identidad o sencillamente es una forma de huida?
R.- El protagonista es un hombre que tiene todo materialmente hablando, pero no gestiona su tiempo. No tiene tiempo para nada. Entonces dice: ‘Voy a dejar todo e ir a todos los países que hasta ahora no he tenido tiempo de visitar’. Es una forma de decir que el tiempo es un lujo. Entonces él decide viajar. Por una parte, como huida, pero por otra, para ver estos sitios que nunca ha tenido tiempo de ver. ¿Por qué va a tantos sitios? Porque los arquitectos estrellas tienen una forma de trabajar a escala universal. Es decir, un gran arquitecto como Tadao Andō, o como otros, desde Norman Foster hasta Santiago Calatrava, tiene obras en los cinco continentes. Tienen ese ritmo de viaje y conocen el mundo de una forma sofisticada y cosmopolita. Entonces el viaje me da pie a hacer un retrato del hombre cosmopolita. Y, por otra parte, el viaje también es una forma de analizar cómo es el arte y la arquitectura en todas partes. En China, en África, en Estados Unidos, incluso llega a España y a Madrid. Incluso viaja a través de un viaje interior.
P.- La arquitectura y la luz también son personajes importantes en Un beso en Tokio. El protagonista reflexiona: «La luz es el material por excelencia de la arquitectura, y si algo había aprendido en tantos años de práctica, es que la luz siempre penetra en lo más oscuro». ¿Es el viajar la luz que busca Kengo Ōe después de darse cuenta de que lleva una vida rutinaria, con mucho éxito, pero con algo de infelicidad?
R.- Los lectores, a través de este personaje, pueden llegar a entender la forma en la que piensa un artista y eso es lo que me parecía muy interesante. Está la idea del éxito, pero también se trata que este está relacionado también con la infelicidad. Cuando tienes mucho éxito hay momentos en los que sientes que tienes todo, pero no estás interiormente feliz. El éxito puede ser también un camino en el cual uno se puede perder, que es lo que le pasa al protagonista. La insatisfacción de estar en la cumbre de un éxito que no es el éxito real es lo que se plantea también en el libro.
P.- Si el libro se llama Un beso en Tokio los lectores esperamos entonces que haya algo de amor y lo hay. De hecho, hay una reflexión en el libro: «El amor es lo que nos hace indispensables en este mundo. El amor es lo que hace el viaje a esta tierra valioso…». ¿Es el amor la base de nuestra existencia?
R.- Creo que sí. Decía Dante que el amor mueve el sol y todas las demás estrellas, y quién mejor que Dante para enseñarnos lo que es el amor. El amor no solo a una persona, sino el amor filial, el amor a algo. En este mundo no se puede vivir sin estar enamorado de algo o de alguien, y es el amor lo que realmente nos emociona. En el arte el amor ha creado las más maravillosas obras de arte: desde el Taj Mahal de Agra (seguramente el monumento más emblemático de amor) a la toda obra de Picasso, quien plasma el amor que va experimentando con cada una de sus mujeres y en distintos estilos que cada una le inspira. O toda la gran poesía de todas las épocas es fruto del amor, así como obras cumbres de la literatura desde Esquilo a Shakespeare, desde Dante a Tolstói. O en otros tipos de amor, obras como las de la madre Teresa de Calcuta. El amor y toda su complejidad y los sueños es la materia de la que está hecha la vida. Sin duda, el gran motor de nuestra existencia.
P.- ¿Y cree que es un mundo desconocido todavía aquí en occidente, el mundo oriental?
R.- No tanto desconocido, sino poco comprendido. Porque tiene una forma de ver el mundo totalmente distinta. Creo que hay que aproximarse a ellos con mucho respeto y observando. Es una forma distinta de comunicarse y de ver el mundo. Creo que hay que observar mucho. Ahora la gente quiere hacerse el selfi y no mira en profundidad. Esta forma de viajar me parece terrible. Como decía el otro día David Hockney, el pintor inglés tan divertido: ‘El mundo es maravilloso: hoy comienza la primavera’. Hay que observar más el mundo que nos rodea.
P.- ¿Cómo definiría el concepto de belleza?
R.- Dostoievski decía en su libro El idiota que la belleza salvará el mundo. Para mí la belleza es el misterio, es lo que nos sorprende, lo que no esperamos, lo que nos atrapa. La belleza no es solo lo bonito ni lo perfectamente proporcionado, sino un camino difícil pero maravilloso. Una definición que he concluido escribiendo Un beso en Tokio es la de Confucio, y la he incluido en el libro: «Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir». Seguramente la belleza sea ese algo por lo que vivir.
P.- Por último, ¿qué artista oriental recomendaría a una persona que todavía no se ha adentrado en este mundo?
R.- El escritor japonés Kenzaburō Ōe, que ha fallecido hace poco, me parece maravilloso. Justamente al protagonista le puse Kengo Ōe por él. Es un escritor magnífico. Aparte del mencionado Tadao Andō, hay otro arquitecto que se llama Kengo Kuma, que hace unas cosas que son una delicia.
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