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Parecía que el Olimpo posmoderno ya estaba cerrado con el triunvirato, Kim, Kendall y Khloe, pero llegó una albanesa con una versatilidad congénita para complicarme la vida a estas alturas. Yo, que ya había desistido de las musas, y de los edulcorantes, y de los carbohidratos por la noche. El destino ha convertido a Dua Lipa en esa Kate Moss de los noventa que el escultor británico Marc Quinn inmortalizara en oro. Fue un desfase. Algo muy salvaje. Y, en el caso de Dua Lipa, se da esa virtud que tenía la modelo británica que, a sus catorce años, siendo fauna de barrio obrero, fue reclutada por la agencia Storm en el aeropuerto JFK.
Hija de esas familias que tuvieron la fortuna de escapar de la jungla balcánica, Dua Lipa siguió el patrón de la top model. Ahora es esa diva que Garcilaso mentaría en su cancionero y que se estudiaría en las aulas de los bachilleres. Porque Dua Lipa es esa cantante que ha hecho de las nasales una singladura hipnótica y adictiva en sus estribillos. Con coreografía de Cantajuegos, sus temas ochenteros son tan virales como el vídeo porno de Pamela Anderson y Tommy Lee, y su belleza, sin tener la exuberancia jamonada de Beyoncé, se acompaña de unos look donde el maillot sudado es su segunda piel y la lycra, esa finísima lámina de aluminio que envuelve su aura como un Kinder . Pero es que a Dua Lipa todo le sienta bien, casi como a mí; es la típica amiga odiosa que da igual lo que se ponga (Primark, Lefties, el Mercadillo del Gato, Alcampo). Parece que siempre va vestida de Versace. Y aunque Dua Lipa no segregue feromonas sobre el escenario como una stripper de road movie, apuesto a que la cantante es esa nuera que toda suegra heteropatriarcal quiere para sus vástagos pajizos, esa amiga que todo gay necesita in extremis para confesarle que “tengo esa malsana costumbre de pensar en Harry Styles, cuando hablan de amor”, es esa fantasía sexual que todo luterano pajero utiliza cuando se encierra en el baño, es ese ser de luz que La Pija y la Quinqui invitarían a una tardeada en un rooftop, con permiso, claro está, de Taylor Swift.
Dua Lipa es ese deus ex machina que salva una película como Barbie cuando aparece unos segundos como una sirena con su cabello azul y un top preñado de conchas de mar. Pero lo que me mata suavemente de Dua Lipa es esa sonrisa sempiterna. Nunca deja de sonreír, aunque le salgan en los talones unas bambollas como monedas de dos euros por llevar unos taconazos de Anna Field. Sonríe más que Chayanne (qué rabia me da). Y, de eso, se trata de ser simpática, porque la simpatía te hace fotogénico. VOX debería aprender más de los asesores de Dua Lipa. El populacho necesita chutarse con rostros de chicas Pantene y de las poses ortésicas de Darío, de la Isla de las Tentaciones 4. A ver si nos vamos enterando. La realidad es demasiado triste sin Dua y Darío, y sin las promos del LIDL.
Por eso, canciones como “Levitating” o “New rules” ha conquistado mi corazón. Porque ha rebajado el feminismo a un buen rollismo donde la independencia de la mujer no se ve como una amenaza castradora y donde la lencería y el arte de Mario Sorrenti suman a ese empoderamiento con el que la izquierda y la derecha están cómodas. Ahí mucho marketing americano detrás de Dua Lipa, mucho invento, mucho socialismo, mucho color pastel, mucha peluquería, mucha fragilidad convertida en excelencia y purpurina, mucha castidad también, mucha Barbie, mucho dinero, un imperio, una voluntad, algo de suerte, mucho talento, carillas dentales con porcelana inyectada, mucho estribillo y muchas letras que rezan mensajes como este: “You probably still adore me with my hands around your neck, and you keep on going” (Es probable que todavía me quieras con mis manos alrededor de tu cuello, pero yo continuaré así).
Hay imperios que han caído por frases como esta. Si algo ha traído bueno el siglo XXI, además de la batería de litio, ha sido un disco como Future Nostalgia, porque, a veces, hay tipos como yo que necesitamos la sana vibra de alguien como Dua, porque, a veces, demasiadas veces, la vida se convierte en algo tan triste y decrépito como vender cintas andadoras a las cinco de la mañana en una decadente Telecinco. @mundiario
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