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“Adiós, muchachos, compañeros de la vida”, rezaba un tango de Carlos Gardel que vino persiguiendo durante muchos años al poeta valdepeñero Joaquín Brotóns, nacido y criado en la Mancha, a la sombra de trascachos y al sudor de las tinajas.
Un poeta doliente, con el dolor que supone el amor a la espalda y las costillas, que conoció y trató a todos los grandes de su generación: Pablo García Baena, Luis Antonio de Villena, Pepe Hierro y, por supuesto, paisanos suyos como Eladio Cabañero, Paco Nieva o Sagrario Torres.
Todos ellos fueron citados en la noche del viernes en la Bodega A7, donde la luna clareaba entre chilancos y la Muy Heroica Ciudad de Valdepeñas se abría a homenajear a sus hijos más ilustres; unos predilectos, como Joaquín o Jesús Merlo, empresario de la ciudad, y otros adoptivos, como el caso de Paco Clavel, icono de la movida madrileña y fabuloso septuagenario en una forma envidiable.
Las Fiestas del Vino de Valdepeñas se desarrollan durante la primera semana del mes de septiembre y tienen en unas justas literarias su antecedente histórico más directo.
La cultura del vino en uno de los pueblos que mejor ha honrado el fruto de Baco sirve para abrir siete días de diversión y alegría en torno a la recogida de la uva, la vendimia, una de las actividades mediterráneas más antiguas de los tiempos que el hombre comenzó desde que abandonara el nomadismo.
La Mancha es un anchurón cósmico donde han nacido o crecido talentos descomunales
Brotóns es uno de los hijos brillantes de Valdepeñas, que sigue la estela de Francisco Nieva, Gregorio Prieto, Juan Alcaide o el mismísimo Bernardo de Balbuena. En realidad, la Mancha es un anchurón cósmico donde han nacido o crecido genios y talentos descomunales que han abonado el mundo con sus versos o sus lienzos. Sólo entre Tomelloso y Valdepeñas daría para levantar un museo entero.
Joaquín Brotóns ha dedicado toda su vida a glosar el vino, los poetas, las musas, Baco y el amor. Desde un vitalismo agotador, exhausto, en el lado maldito de Diónisos y el dolor, como un Baudelaire y un albatros de alas desangeladas. En alguna de sus entrevistas todavía joven, decía que en un desamor llegaba a perder veinte o treinta kilos. Así se las gastaba Joaquín.
Estudió y escribió sobre la senda de los vinos de Valdepeñas en las tabernas de Madrid, en torno a lo que llegó a editar un libro a principios de siglo. Ahora ya, octogenario, recuerda todas las voces de aquellos amigos poetas que le aconsejaron abandonar su pueblo y quedarse en Madrid, “porque la poesía que tú escribes, Joaquín, no es para el pueblo”.
Y, sin embargo, Brotóns se quedó en su Ciudad-Isla, su Atenas de la Mancha, su Alejandría… Y andado el tiempo, el pueblo le devolvió lo suyo, lo que tantas veces él le había dado en forma de versos y licores, siendo él además miembro de una familia vinatera reconocidísima en Valdepeñas como los Brotóns Peñasco.
Jesús Martín, alcalde de la Ciudad del Vino, reconoció y glosó sus méritos en la noche en que también fueron concedidos otras distinciones a instituciones como Cruz Roja o Scouts Viñas. La delegada de la Junta en Ciudad Real, Blanca Fernández, también quiso felicitar personalmente a los premiados.
Pocas ciudades hay en España tan vinculadas al vino como Valdepeñas, cuya avenida principal de entrada se llama, por ejemplo, de las Tinajas. Y pocas obras existen tan enraizadas a ella como la de Brotóns, aunque quisiera escapar en algún momento sin que pudiera lograrlo. Seguía así los pasos del auto exilio interior de otro poeta como Juan Alcaide, en aquella España de los cuarenta y cincuenta que le tocó vivir.
Sus referentes siempre han sido Lorca o Hernández y de un tiempo a esta parte, los mismos amigos que venían a Valdepeñas a verlo después de sus correrías en Madrid y apreciaban “los torsos desnudos al sol de los efebos en vendimia”, como proclamaba Luis Antonio de Villena en alguna de sus visitas.
Célebres son aquellas tardes también en que Pepe Hierro recorría con él la Ciudad del Vino y en cada taberna aposentaban parte de su ingenio y talento, bien en forma de versos o trazos de dibujos singulares que dejaban en alguna servilleta.
Una vida de bohemia, alejada de convencionalismos en un pueblo de la Mancha. Como el propio Joaquín reconoció en su discurso de agradecimiento, al final mereció la pena quedarse.
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