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Su nombre es Berta Gamboa de Camino. Una mujer de tez blanca, cabello castaño y ojos verdes. Medía un metro con sesenta y tres centímetros de estatura, pero era una mujer fuerte. Nacida en la ciudad de México en 1888 y con nacionalidad española por matrimonio, fue profesora de español, inglés y francés. Así es la descripción que hace el Servicio de Migración acerca de Bertha, su nombre está escrito con “h” intercalada y es la única vez que aparece así en una ficha de 1932 y en la cual, además, pueden leerse otras anotaciones del funcionario en turno. Todo ello me resulta un hallazgo significativo, la aguja en el pajar, ya que después de varias búsquedas en los archivos históricos tengo una reveladora pista que nos conducirá a desentrañar un poco más su historia y a conocerla mejor. ¿Quién fue Berta Gamboa? Llevo tiempo pensando en la misteriosa mujer. Justo hace cien años, en 1923, los senderos vitales de León Felipe y Berta se cruzaron. El poeta había viajado por primera vez a México en el trasatlántico que zarpó de Cádiz con destino a Veracruz. El autor de Versos y oraciones de caminante llevaba muy pocas pertenencias consigo durante aquella travesía; entre ellas, una carta de presentación que Alfonso Reyes le había dado para ingresar al país y para entregársela a Pedro Henríquez Ureña, director entonces de la Escuela de Verano de la Universidad Nacional de México.
En torno a este suceso, Luis Rius, poeta y biógrafo de León Felipe, sobre cuyo exilio y legado les hablé en un anterior artículo, nos cuenta que “Alfonso Reyes presentó a León Felipe con palabras y ruegos dignos de la generosidad que siempre fue admirable en el gran mexicano”. Además, retrata en esa espléndida biografía las aventuras del autor de Español del éxodo y del llanto, así como las apasionantes escenas y diálogos, evocados a detalle, de la vida del autor zamorano en los distintos países donde vivió, sin exceptuar, desde luego, su éxodo en México. Sin embargo, Luis Rius ofrece muy escasas pinceladas sobre Berta Gamboa, la mujer del poeta, quien también viajó a España para participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, que se realizó en Valencia en 1937, donde, además de acompañar a León Felipe, tuvo la ocasión de coincidir con otros grandes intelectuales de la época. Pero ¿cómo se conocieron Berta y León Felipe? ¿Cómo ocurrió la casualidad poética para que dos almas coincidieran en el mismo lugar y tiempo? De la pluma de Luis Rius apenas encontramos una pasajera descripción del misterioso encuentro con la escritora mexicana. Nos dice: “Conoció a Berta Gamboa, que ese verano se hallaba de vacaciones en su país, ya que su trabajo lo tenía en los Estados Unidos; era profesora de español en Nueva York. La relación con ella se convirtió a los pocos días en noviazgo”.
Luis Rius ofrece muy escasas pinceladas sobre Gamboa, quien también viajó a España para participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas
Además de esta breve mención, sólo destaca otra en la que Rius escribe: “La muerte de Berta, la esposa del poeta, ocurrida en 1957, añadió la pena decisiva a las que, acumuladas décadas y más décadas en el espíritu de León Felipe, le habían conducido a la composición de ese libro, El ciervo […]”. Fuera de estas dos alusiones, ya no volvemos a encontrar a Berta a lo largo de la biografía escrita por Rius. Sin duda, aquella mujer permanece a la sombra de León Felipe, cierta e injustamente olvidada. “En el libro de Luis Rius es un tema que casi no trata –me dice en nuestra entrevista Alberto Martín Márquez, coordinador de actividades del legado de León Felipe de la Fundación homónima–, pero Berta fue su soporte vital y para él fue muy doloroso cuando ella murió. De hecho, había corrido el rumor de que León Felipe también había muerto. Si no me equivoco, llegó esa noticia a España y quien se encargó de desmentirla fue Camilo José Cela”.
Asimismo, Martín Márquez afirma que León Felipe fue reconocido como uno de los exiliados españoles que se dedicó a la traducción, una actividad que realizaba como modo de subsistencia, pero en la que Berta le ayudaba, aunque ella nunca firmara ninguno de los trabajos. “Trabajó con él, codo a codo, en las traducciones que le encargaban. Sin embargo, ella ha quedado un poco al margen en la historia, a pesar de que fue una mujer destacadísima. Sería imposible recordar la vida de León Felipe sin la influencia y presencia de Berta, ya que ella fue quien lo sujetó al suelo, pues León vivía un poco absorto en sus pensamientos. Cualquier cosa cotidiana se le hacía cuesta arriba, y Berta le ayudó con todo eso. Ella se encargó de organizar sus tareas, aportándole un equilibrio y estabilidad de los que había carecido. León Felipe encontró en Berta su soporte”. De manera que cuando Berta fallece, como vuelve a contarnos Luis Rius, el poeta entró en una etapa depresiva. En ese sentido, Alberto Martín refiere igualmente sobre el estado de dudas constantes que acecharon al escritor y lo mortificaron; un signo de interrogación en su existencia que se abrió frente a todo lo que había luchado en favor de la paz y la libertad: “Se ve con la convicción desencantada –dice Alberto–, como una prédica en el desierto que no ha servido para nada, y eso lo termina también deprimiendo”.
León Felipe fue reconocido como uno de los exiliados españoles que se dedicó a la traducción, en la que Berta le ayudaba, aunque ella nunca firmara ninguno de los trabajos
Precisamente, de esos años, que van de 1957 a 1967, surgieron unos versos tan lúcidos como reveladores, reunidos en la Nueva Antología Rota preparada por el propio poeta. Allí, León Felipe escribe: “La luna muerta…España muerta/¿Quién ha dicho que ya no es hora de llorar?/ ¿Quién ha dicho que se han secado ya todas las lágrimas?/ Vamos a llorar,/ Rocinante, vamos a llorar./ Vamos a llorar…/vamos a llorar…/ Vamos a llorar ahora tú y yo juntos/ que tú también sabes llorar/ y tu relincho es plañido también/ lamento rabioso y delirante/ llanto,/ llanto es,/ llanto doloroso es./ ¿Por qué lloras, Rocinante,/ por quién lloras?…/ Y tú ¿por qué lloras y por quién lloras, León-felipe?” [sic]. “Esos años – escribe Rius, amigo íntimo y una de las pocas personas a quien le confió León Felipe asuntos personales– fueron para el poeta una espera continua y ávida de la muerte. Durante ese tiempo, ni la compañía solícita de algunos familiares y antiguos amigos ni la general admiración y afecto que se le mostraba consiguieron libertarlo del infierno de la soledad y acabamiento en el que, otra vez y más profundamente que nunca, había caído”.
Es el mismo sentimiento que le transmite León Felipe a su sobrina, Consuelo Girón Cam, en una de las dos cartas inéditas que fueron donadas a la Biblioteca Nacional de España, escritas por el poeta en 1956 y 1958, respectivamente. En la de 1958, un año después de la muerte de Gamboa, el tono de León Felipe, que escribe a su sobrina desde México, trasluce su pesimismo y desencanto: “Desde que murió Berta…He pasado un año lleno de angustia, de tristeza y desamparo. Nunca me había sentido así…con el mundo y el cielo vacíos. Los médicos dijeron que estaba atacado de melancolía senil”.
En 1958, un año después de la muerte de Gamboa, el tono de León Felipe, que escribe a su sobrina desde México, trasluce su pesimismo y desencanto
De los últimos años de vida de León Felipe me da constancia la destacada filósofa mexicana Fernanda Navarro, a quien, tras varios intentos, pude contactar para seguir indagando en los aspectos de la vida conjunta del poeta y la escritora Berta Gamboa. Fernanda Navarro ahora tiene 82 años, ha sido profesora de la UNAM en la Ciudad de México y en una época se le conoció también como la secretaria de León Felipe; no una secretaria al uso, sino una “guardadora de secretos”, como ella misma puntualiza. Cuando conoció a León Felipe, Fernanda Navarro era una joven estudiante de Filosofía que admiraba al poeta español, a quien escuchaba por las ondas radiofónicas de la UNAM que transmitían los programas titulados “Voz Viva”. Durante nuestra conversación, Navarro está entusiasmada y me cuenta que, cuando la vida le dio la oportunidad de conocer al poeta en persona, fue durante una película en la que su hermana, Bertha Navarro –reconocida directora y productora de cine en México– filmaba con su equipo a León Felipe. Ahí, Fernanda se quedó observándolo desde un rincón, sin moverse, conmovida hasta las lágrimas ante las palabras y presencia del poeta. Al final, se presentó y León Felipe, quien también había reparado en la muchacha por su atención y silencio, le dijo que fuera a visitarlo porque se encontraba muy solo.
Habían transcurrido varios años después de la muerte de Berta cuando la joven Fernanda lo conoció. En nuestra plática, me confiesa: “No sé por qué Berta falleció siendo más joven que León Felipe. Pero sí la extrañó mucho y estuvo muy solo. Cuando él murió, en 1968, ya no pude saber nada más, porque sus hermanas no querían que nadie de las amistades mexicanas nos involucráramos ni nos acercáramos. Y, con respecto a Berta, sí es una pena que se hable tan poco de ella, que no se cuenten con más referencias. A mí, personalmente, me hubiera gustado conocer más sobre quién fue. Sin duda, un pilar para León Felipe, aunque no tuvieron hijos, que es una cosa extraña; por eso, creo que tal vez a mí me veía como una especie de hija”. Aunque Fernanda vivió de cerca los últimos tres años de la vida de León Felipe, poco es lo que me revela sobre Berta. Probablemente, como sugiere Martín Márquez, el vacío que dejó en la existencia del poeta fue tan inmenso que le doliese recordarla y hablar de su esposa. Además, León Felipe tampoco concedió en vida muchas entrevistas y fue a muy pocos a los que les confió parte de su historia íntima. Pero lo que sí es verdad es que se entregó con generosidad a aquellos a quienes les abrió su corazón y su alma. Es una de las cosas que recuerda Fernanda, a quien León Felipe bautizó poéticamente como Padelia, un acróstico que evoca la imagen de un pájaro (pa), demiúrgico (de), lumínico (li) y angelical (a). “León Felipe iluminó también mi vida cuando yo tenía veintitantos años. Yo me sentía privilegiada, y espero haberle hecho un bien acompañándolo. Me llevaba como sesenta años de edad, él tenía más de ochenta, pero éramos como una familia. Nos reíamos, pasábamos horas platicando, porque yo era muy abierta; incluso, conoció a mis padres, y todos decían que era un hombre sencillo, de un gran corazón; fue un ser extraordinario. Hablar de él es como revivirlo; siento que el corazón me late más cuando lo recuerdo; mi vida no sería la misma si no le hubiese conocido; ¡qué bendición!”.
Tampoco la existencia de León Felipe hubiese sido la misma sin la compañía de la misteriosa Berta, con quien compartió su vida hasta que la muerte de ella los separó. Pero Alberto Martín, quien ha podido tener acceso a documentos oficiales del matrimonio, asegura que Berta fue mucho más que una esposa paciente y entregada: “No sólo el poeta conoció a una profesora de idiomas de la que se enamoró hasta el punto de seguirla a Nueva York, sino que ella fue, además, una de las mayores especialistas en el estudio de la novela de la revolución mexicana”. Berta era, pues, una mujer también dedicada a la literatura, con amor por la poesía. Por eso tiene sentido que ambos pudiesen haberse conocido en una biblioteca de Veracruz, como sugiere Honorio Penadés en el artículo “León Felipe, bibliotecario y poeta del éxodo”. Desde luego resulta romántico pensar que se conocieran así; imaginar sobre qué poetas y escritores hablarían, las lecturas que compartirían o de las complicidades que los llevaron a su unión sentimental, pero lo cierto es que ambos profesaban un amor mutuo por la literatura. De hecho, Berta Gamboa –escribe Martín Márquez en el prólogo al libro Poeta de Barro, editado por el Instituto Cervantes– se graduó en Artes en la Facultad de Letras de la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York). Fue en esa misma universidad donde León Felipe también obtuvo más tarde su plaza como profesor de literatura española.
Para 1923, año en que la pareja se conoció, Berta tenía 35 años y León Felipe 39. Pero es en 1930 cuando ambos regresan a México, dejando atrás el sueño americano de los Estados Unidos que vivía aún la prohibición de la venta de alcohol: “El levantamiento de la ley seca hubiera eximido a la pareja de seguir pasando las noches cantando en juergas sordas, con Berta rasgando una guitarra mexicana tan grande como un órgano, acompañadas con té con limón, tal y como describía a su amigo Ángel del Río”, según relata Martín Márquez.
De modo que transcurrieron seis años de vida del matrimonio en México hasta que en 1936 viajaron juntos a España. De esto existe evidencia por las fotografías que, reunidas en el “Álbum de Berta Gamboa”, se expusieron en el Ateneo de Madrid en 2014. Sumado a esas fotografías, y siguiendo el rastro de la olvidada mujer, encontré un extraordinario artículo escrito por ella y publicado en la Edición especial para Cataluña y Levante del diario Frente Rojo. El artículo figura en la página 2 y apareció en Valencia el 22 de enero de 1937. Ahí se puede leer el titular “Ambiente de guerra en Levante”, junto con un subtítulo que destaca: “El Peñón de Ifach y el Batallón de la Victoria. Por Berta Gamboa”. Al fin, empiezo a leer con la misma sensación de quien ha encontrado al menos la gema de un tesoro; el indicio de una enorme riqueza aún casi toda ella por desenterrar. El texto comienza así: “Salimos de Valencia hacia el sur por el camino que corre entre los arrozales de la Albufera y el marco verde de las pinadas. En los cristales del coche ‘camuflado’ han dejado unas rendijas transparentes” […]. Berta describe el paisaje contemplado durante la excursión que les ofrecen a los artistas hospedados en la Casa de la Cultura de Valencia; entre ellos está, desde luego, León Felipe. Mientras tanto, la escritora mexicana comparte detalles del trayecto entre el Parador de Calpe, a pie del Peñón, hasta el momento en que aparecen en el horizonte tres barcos de guerra que maniobran frente a la bahía y enfilan proa hacia Valencia. Continúo la lectura con una evidente emoción hasta que me detengo en las siguientes líneas que aquí comparto:
-Ese clavel, camarada, ¿es la flor de matrimonio?
-No, miliciano; lo encontré hace un momento.
-¿De dónde eres, que hablas así?
-¿Yo? De México.
Veinte voces varoniles atruenan el aire: ¡Viva México!
Cada vez que pasan los oficiales, los soldados se entusiasman, los vitorean, les aplauden. El teniente coronel se acerca. Ha llegado el momento de partir. Después del Himno de Valencia y el Himno de las Juventudes, con el puño en alto, se canta La Internacional. Logra el teniente coronel deshacerse de los entusiastas que se empeñan en levantarlo en hombros, y se entabla el diálogo patético:
-Muchachos, ¿qué cuerpo es este?
-¡El batallón de la Victoria!
-¿A dónde vamos?
-¡A vencer o morir!
[…]¡Región de Levante! ¡Gigantesco Peñón de Ifach! ¡Bravos hombres del batallón de la Victoria! ¡Tierra, piedra, carne de España, salud!
Tras leer la crónica de Berta, sus palabras bellamente hilvanadas, repletas de fuerza y humanidad, tengo la sensación de entender un poco mejor, en este punto de mi búsqueda, quién fue Berta Gamboa. Imagino su vida al lado de León Felipe y veo a una gran mujer que lo acompañó en la lucha, en la batalla; ella ya había conocido movimientos armados como el de la Revolución Mexicana, aunque no hubiera participado activamente en esta o, al menos, eso fue lo que declaró en los documentos oficiales, como advierte Alberto Martín. Veo, en suma, a una mujer vigorosa, a una Berta a quien no le tembló la mano cuando tuvo que plantarle cara a momentos de gran tensión social para capturar aquellas fotografías, como tampoco le tembló para escribir este testimonio agridulce que nos deja. Todo esto es parte importante del legado que junto a León Felipe entregaron para nuestros días; pero, sobre todo, su escritura es reveladora de su personalidad y su mirada igualmente poética, esperanzadora, sensible con una lucha que fue, para la mayor parte de quienes combatieron en nombre de la libertad, una lucha por un mundo mejor y por la convicción de que merecía la pena entregarlo todo en aras de ese mejor mañana.
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