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Desde que estrenaste, interpretando el personaje de Leónidas, en el Festival de Mérida 2021 mi comedia “Mercado de amores”, querido Paco, siempre brindábamos, como en la obra, diciendo: “carpe diem”.
“Que la vida iba en serio” nos lo había enseñado ya Jaime Gil de Biedma en los magníficos versos de su poema que hoy te leo en el silencio de mi ordenador, mientras escribo estas palabras para consolarme y tal vez consolar a algún amigo común:
“Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.”
Que la vida iba en serio, Paco (Pepe Paco, para los amigos de tu primera época), lo aprendiste hace tiempo. Por eso siempre estabas animado, optimista, alegre, y en tu enfermedad de hace más de año y medio has levantado tu copa con ese brindis de amor a la vida: “carpe diem”, vive el presente, atrapa el momento, disfruta de la vida, del teatro, del cine, del amor, de todo cuanto te haga feliz. Supiste hacernos felices a tus amigos, a tus alumnos del Laboratorio de Layton, a tus compañeros de reparto de las múltiples obras y películas y series en las que trabajaste, de los actores a los que dirigiste con talento: éramos muchos los que te considerábamos el mejor director de actores. Recuerdo que, cuando Marta Torres te dirigió en ‘Mercado de amores’ (tu último trabajo del que tuviste que retirarte por la enfermedad), jamás le comentaste a ella nada de tu interpretación o de la de los demás ni tan siquiera a mí: respetabas tanto el oficio de dirigir que seguías con lealtad las indicaciones de tu directora. Ejemplar, Paco. Admirable. A tu lado, en el reparto, Pablo Carbonell y José Saiz, que esta mañana estaban contigo en el tanatorio, diciéndote hasta luego. Ahí sigues en estos momentos, interpretando el último personaje de tu historia: el de muerto de verdad, serio, recordándonos que debemos darlo todo por los amigos en la vida, como tú lo dabas. Luego es tarde.
Te has ido en silencio, discretamente, sin llamar la atención. Pero al dramaturgo que llevo dentro le dejas huérfano. ¡Cuántas veces te enviaba textos míos, que no ibas a dirigir, y me dabas con un cariño exquisito tus notas, siempre constructivas! ¡Qué generosidad, Paco! Y, además, siempre hablándome bien de los directores a los que encargaba proyectos y animándome a confiar en ellos/as.
La de conversaciones profesionales y personales que hemos mantenido hasta hace muy poquitos días. A primeros de septiembre fui a cenar a tu casa: tú ponías el vino y yo llevaba la cena. Tenías el oxígeno conectado las veinticuatro horas del día. Te encantaban el jamón y el lomo ibéricos, que te llevé. Con la segunda copita de vino me engañaste: “me ha dicho el médico que mis pulmones están mejorando”. Sabías que yo era hipocondríaco. Aquel día no quisiste decirme que habías empeorado. Otra vez tu generosidad. Y que tenía que encargarte una obra para dirigirla y darte un papel para interpretarlo. Ahora lo harás en ese cielo que las buenas personas y los grandes actores como tú tenéis prometido.
En ese cielo nos veremos pronto, en 20 minutos (como el nombre de este diario). Que la vida iba en serio lo sabemos los dos. Esta noche levantaré una copa de Ribera (¡cuántas veces hemos brindado con un Ribera después de ir juntos al teatro!) para decirte, siempre en el corazón, “carpe diem, Paco”.
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