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Por Karina Garay
Nadie está preparado para las despedidas que implican un adiós definitivo y, mucho menos, si se trata de nuestros seres queridos ¿Cómo cerrar el ciclo de la vida de quienes fueron tan gravitantes en la nuestra? ¿Cómo afrontar el deterioro progresivo de su salud? ¿Debemos planear junto a ellos cómo será su partida? ¿Cuánto decir, cuánto ocultar?
Hablar sobre la muerte se ha convertido en un tema tabú, del que nadie quiere hablar, sostiene el médico Carlos Sandoval Cáceres, autor del libro “Chau, mamá; chau, papá”, guía para los hijos con padres de avanzada edad o gravemente enfermos (Artífice, 2023).
Para el geriatra, se trata de un tema doloroso y alrededor del cual hay muchas creencias, como aquella que afirma que es de mala suerte hablar de la muerte.
Refiere que esta aversión se ha intensificado con la modernidad y se apoya en la idea de que los médicos tienen la cura para todo, lo cual no es cierto.
“Antes, la muerte era vista como algo normal, se tenía 10 a 12 hijos, se le morían 2 a 3 y era visto como algo normal. Existían muchas enfermedades consideradas intratables, como la tuberculosis o la neumonía. Ahora, todo ha cambiado, incluso los eventos sociales alrededor de la muerte. Antes, se servía comida en la casa del difunto y se hacía compañía a los deudos por toda la noche. Hoy, todo se resuelve en los denominados velatorios y con horarios restringidos”.
En este contexto, hablar de la muerte puede parecer impropio y hasta provocador, sostiene el galeno egresado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y con una larga trayectoria en hospitales del Seguro Social, donde él mismo estuvo internado a causa de complicaciones con el covid-19, que lo llevaron a la UCI. De allí salió convencido sobre la necesidad de prepararse para la muerte, porque indubitablemente, tarde o temprano, nos llegará a todos.
“Las malas noticias hay que darlas bien”
Con un lenguaje sencillo y acompañado de historias diversas, en las que se ha preservado el nombre real de los pacientes, el escritor explica la importancia de involucrar al ser querido en las decisiones que se tomen sobre su vida.
Nadie quiere oír malas noticias sobre la persona que ama, refiere, pero igual hay que darlas y saber cómo hacerlo: “con respeto, de a pocos y con anestesia”.
“Ante una mala noticia, surge primero la negación, el ‘no puede ser’, ‘han visto mal’. De allí viene la ira expresada en frases como ‘¿porque mi padre?, si es una buena persona y no el vecino, que es un desgraciado’. ‘La culpa la tienen los médicos’, ‘el hospital’, ‘la clínica’, ‘Dios’, ‘todos’. Luego viene la negociación, la depresión y finalmente la aceptación”.
Sandoval destaca que es un derecho conocer nuestro diagnóstico y eso está definido en la Ley General de Salud y en todos los manuales de bioética porque la autonomía es un principio.
“Tengo el derecho a decidir lo que quiero que hagan conmigo; que me operen, que me amputen, salvo que el paciente tenga un caso de Alzheimer”.
Afirma que las decisiones en la última etapa de nuestras vidas deben alimentarse con las opiniones del médico, el paciente y la familia.
“Muchas veces los hijos engañan a sus padres para supuestamente ayudarlos. Eso se denomina conspiración del silencio; sin embargo, hay que entender que para el adulto mayor el tema de la muerte no es ajeno. El paciente no es un tonto”.
Insiste en que nadie está feliz de saber que se va a morir, pero es un proceso por el que vamos a pasar todos y debe verse como una gran oportunidad para arreglar los temas pendientes, que no siempre son financieros.
“Yo tenía un paciente con un Rolex, que lo cuidaba como oro y siempre decía es para mi nieto mayor; y otro paciente que se había peleado con su hermano por una tontería, que ya ni recordaba por qué, pero al final lograron darse un abrazo reconciliador y fue liberador para ambos”.
¿Casa de reposo o el hogar?
El especialista pide no descartar del todo la opción de la casa de reposo porque la composición familiar ya cambió. Antes una pareja tenía 8 a 10 hijos y había alguien que cuidaba a los padres, pero ahora eso ya no pasa.
“Yo recomiendo que el paciente siga en su casa, que se contrate una cuidadora de confianza, pero eso cuesta y también hay un tema de seguridad. Ahora, yo conozco casos donde el paciente está en la casa de reposo y la familia lo visita a diario y lo acompañan siempre. Pero también conozco a hijos desgraciados que no van nunca. Felizmente, el promedio de los latinoamericanos somos querendones”.
Esto es lo que quiero que hagan…
Para el geriatra, todos los seres humanos deberíamos tener la oportunidad de decidir cómo queremos morir, dónde hacerlo y qué se hará con nuestros restos.
Sugiere sentarnos en familia y hablar del tema sin prejuicios. Eso sí, lejos de una fecha celebratoria, un día cualquiera.
Este ejercicio formará parte de lo que se conoce como testamento vital y ahorrará muchos disgustos futuros. Habrá algunas personas que desearán ser cremados, otros enterrados, otros cuyas cenizas se arrojen al mar, en un parque o hasta en una cancha de golf, como pidió unos de sus pacientes.
Es un tema del que a nadie le gusta hablar, pero hay que hacerlo y dejar en claro todo tipo de situaciones, como el hecho de que, si caemos muy enfermos, se nos mantenga vivos con alguna máquina o simplemente no se intervenga. Se tiene que hablar de todo, sin angustia ni culpa.
¿Morir en el hospital o en casa?
“Si tengo un paciente cuyo único tratamiento puede recibirse en el hospital, no queda otra cosa, pero si tengo un paciente con Alzheimer o con una infección urinaria, lo trato en casa. Solamente debe quedarse en el hospital cuando este le ofrezca algo que no puede recibir en casa”, comenta el especialista.
Agrega que, si estamos ante un caso de Alzheimer, donde no hubo una decisión anticipada, lo ideal es optar por la curatela legal donde un familiar, generalmente un hijo, por sentencia judicial, tomará las decisiones por esa persona, desde cuestiones médicas hasta financieras.
Siempre evitar el dolor
“El dolor no es normal en ninguna condición”, destaca el geriatra.
El dolor es una respuesta a una inflamación o a un estímulo. Si te duele, es por algo y, por tanto, no podemos dejar que nadie sufra por dolor, debe hacerse algo por humanidad y derechos humanos.
“Hay gente que se desgarra de dolor. Si tiene cáncer, habrá que darle morfina recetada por un médico. Hay que pensar en que el paciente debe estar bien en lo que le reste de vida. Existe una escala analgésica que se detalla en el libro”.
En situaciones donde hay un familiar muy enfermo y no se sabe cómo actuar, el experto sugiere aplicar el modelo del consentimiento informado, marcado por tres aspectos: conocer las razones por las que se me da cierta indicación (por ejemplo, colocarme sangre, realizarme una traqueostomía, etc.), conocer los efectos colaterales de esa indicación y preguntar qué pasaría si no lo hago.
En todas las situaciones, la piedra de apoyo debe ser la información y en base a ella decidir junto al paciente, qué es mejor para él o ella.
La segunda recomendación es acompañarse por un equipo que alivie las complicaciones que surjan en el paciente, desde problemas para dormir, dolor físico o depresión. No está demás convocar a un asistente social para dividirse los gastos que acarrea todo este proceso.
“Debe tenerse presente que los procedimientos injustificados o inútiles solo prolongarán la agonía del paciente. Es común que algunas personas tengan un paciente terminal al que le dan vitaminas, proteínas o le realizan numerosos exámenes auxiliares como resonancias, que además de costar mucho dinero, solo maltratan al paciente”.
La etapa final de nuestras vidas debe estar marcada por la tranquilidad, algo que -destaca el médico- puede alcanzarse con ayuda de la ciencia, de la espiritualidad, pero sobre de una familia sensibilizada con lo que significa el buen morir, un tema abordado con mucho respeto en su reciente libro y que, sin duda, será de gran ayuda para muchos, incluso para quienes aún están lejos de la última estación de sus vidas.
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Publicado: 20/8/2023
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