El Cielo es de los dementes

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POR JUANA BOSIO PERRUPATO­

­El Cielo pertenece a los fieles… más que nada a los insistentes, a los insoportables, a los violentos que perseveran violentamente. Hay un cuento de Mamerto Menapace de un tipo que le pedía a San Antonio una novia todos los días; como ya había pasado mucho tiempo en el que pedía lo mismo, una vuelta se enojó y zamarreó a la figura del santo que tenía en su parroquia. Como tampoco se lo concedió con eso, lo tiró por la ventana, y, qué va, que le cayó encima a la muchacha que iba a ser su mujer.

El Cielo es de los insistentes, porque en la perseverancia se demuestra la Fe. Y el que busca encuentra, y el que cree, ve. El Evangelio nos cuenta un montón de estas historias, de locos de remate que hacían lo que hiciera falta para llegar hasta Cristo. El enano de Zaqueo que se trepa a un árbol, los amigos dementes que bajan al paralítico con unas sogas desde el techo para que Nuestro Señor lo cure… locuras, eso, eso hay que hacer. Hay que estar medio loco, digo yo. Tiene unos versos Castellani (que era loco, loco de verdad) que dicen algo como:

­“Violento amante más que exacto siervo­

siempre es mejor que nada. He conseguido­

ser el turbio zorzal estremecido­

en vez de cisne o el lustroso cuervo.­

 ­Quisiera cierto amarlo como un santo­

pero entretanto lo amo como un loco­

como yo sé moverme y Él me atrae;”­

 ­Sí, loco de amor, de pasión, violento, hay que tener sangre en las venas, hay que ser valiente para no aflojar. Y pedir, pedir y pedir, y nunca dejar de rezar, que Dios no se deja ganar en generosidad. Porque el Cielo es de los que insisten, de los que ponen su voluntad insoportable en acercarse a Dios, en llegar, locos de remate, enloquecidos por la meta, ver a Cristo, que el Señor nos cure de nuestra locura.

Esta locura solo puede ser cordura en el Cielo, donde ya no pueden faltar los tornillos, ni los cables pueden estar pelados.

Hay que ser pequeños como los niños, dice también el Evangelio, sí y con la cabeza bien dura de un chiquito que quiere un juguete y no deja de pedirlo, insoportable, impertinente, hasta que su madre se lo compra. Hay que pedirle a Nuestra Madre la gracia incomparable de ser Santos, sí, sí, mejor que cualquier juguete, en el Cielo, donde la alegría es eterna.

No hay que dejar de pedir, pedir, pedir. Por nosotros mismos, por nuestras familias, por nuestros amigos, por nuestra Patria, hasta que las rodillas duelan y aunque parezca que Dios no escucha… ¡pero sí! Ninguna oración es desatendida por Dios, que no se deja ganar en generosidad, todo cuenta, aunque no lo veamos. En ese momento, hay que pedir como el chicato Bartimeo, “¡Maestro, que yo vea!” Sí, Señor, que te vea, que vea todo como Vos lo ves. ¡Pero que siempre se haga Su Voluntad!



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