Eloy Sánchez Rosillo: el sueño cumplido (de ser poeta)

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Incluso desde la época en que nació el murciano Eloy Sánchez Rosillo (1948), la mayoría de los españoles no es que soñaran precisamente con ser poetas. Tampoco es que todos quisieran ser toreros o futbolistas, pero lo de escribir (tan poco y tan bien) es que ni entraba en las quinielas de una generación nacida en plena posguerra. Y los que terminaron siéndolo, se agruparon, ya en los años 70, bajo aquella etiqueta moderna y culterana de los Novísimos, cosa que él ignoraba y que luego no le gustó porque consideraba que a sus contemporáneos les faltaba emoción, lo único de lo que, a su juicio, no puede prescindir un poema. Por si fuera poco, muchos de aquellos Novísimos terminaron transmutados en novelistas o ensayistas. Y fue quizás así como Sánchez Rosillo terminó siendo, en palabras de Juan Marqués, “el mayor poeta español vivo”, pues “la poesía de Sánchez Rosillo, tan desnuda y tan firme y tan viva, deja en evidencia casi todo aquello que el mundo llama poesía, y lo hace sin levantar la voz, a lo suyo, que es lo de todos”.

Hijo del aparejador Isidoro Sánchez, que se murió cuando él solo tenía siete años –y ese hecho lo marcó profundamente, aunque en su poesía no se trasluciera el dolor sino muy luego- y de Celia Rosillo; el hijo de en medio de una familia de tres, Eloy fue un lector muy precoz, que disfrutó de los veranos en el campo en aquella finca familiar que se llamaba la Casa del Teniente. Él mismo recuerda las complicaciones de su adolescencia y juventud y el desastre que fueron sus estudios de bachillerato, hasta para pasar por varios colegios religiosos y no conservar buenos recuerdos de ninguno; hasta para suspenderlo todo excepto Lengua y Literatura. De los tiempos oscuros vino a redimirlo precisamente la poesía, a sus diecisiete años, como una luz que habría de acompañarlo ya sin altibajos durante el resto de su vida. Fue a los 21 años cuando ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Murcia para cursar, brillantemente, la especialidad de Filología Románica. En 1974 se licencia con el Premio Extraordinario que le posibilita obtener una beca de investigación que lo vincula al Departamento de Literatura Española… La vida le había cambiado, sin duda, sobre todo cuando conoce en la propia universidad a Emilia Bernal López, la que sería su mujer.

Ahora, casi medio siglo después de que él empezara a darse cuenta de que la Poesía lo había elegido -y once poemarios más tarde-, la editorial de casi toda su vida, Tusquets, le acaba de publicar un inusitado libro en el que él mismo, contra todo pronóstico -teniendo en cuenta su poco apego a las poéticas-, reúne todo lo indispensable para que descubramos cuándo, cómo y por qué se hizo poeta, el sueño cumplido de su vida, a saber: unos cuantos textos en los que él mismo garabatea su poética; una cuidada selección de poemas en que trata de explicarla a su modo, es decir, haciendo versos; y unas cuantas entrevistas de las que han ido haciéndole a lo largo de estas últimas décadas, no solo desde que ganó, con su primer poemario, Maneras de estar solo, el único premio al que él se ha presentado en su vida, el Adonais de 1977, sino desde antes y después de haber recibido el tan merecido Premio Nacional de la Crítica en 2005 con La certeza, pues aunque en sus primeros libros (Páginas de un diario, 1981; Elegías, 1984; Autorretratos, 1989; o La vida, 1996) Sánchez Rosillo se enarboló como el poeta elegíaco de su generación, su poesía siempre empapada de concreción y carnalidad no ha dejado de interesar, más bien al contrario, y así, en sus últimos poemarios (Oír la luz, 2008; Sueño del origen, 2011; Antes del nombre, 2013; Quién lo diría, 2015; y La rama verde, Premio Las Librerías Recomiendan en 2020) sus lectores más fieles se han encontrado con un poeta evolucionado, que ha reelaborado los conceptos de elegía y melancolía para demostrar, desde ahí, la alegría de estar vivo. “No hay que confundir nunca la melancolía con la tristeza. Para mí, incluso, la melancolía es una forma poco estruendosa, íntima, de la alegría, de la felicidad, una pausada reflexión sobre ella”, explica él, algo que ya demostró en uno de sus poemas más celebrados, el de “La playa”, en el que ya presiente, en el fragor de la felicidad con su hijo en la orilla, ese desdoblamiento del yo presente y el yo que se adelanta al futuro para observarlo…: “Nadie podrá quitarme –me digo- la ilusión / de soñar que ha existido esta mañana. / Se ha detenido el tiempo. Oigo tu risa, / tus palabras de niño. Nunca he estado / tan conforme con todo, tan seguro / de mi alegría. Juegas junto al agua, y te ayudo / a recoger chapinas, a levantar castillos / de arena. Vas recogiendo de un sitio para otro, / chapoteas, das gritos, te caes, corres de nuevo, / y luego te detienes a mi lado y me abrazas / y yo beso tu pelo, tus ojos, tus mejillas…”, dirá al principio… Y luego: “Pero escucho, de pronto, / el ruido terrible y oscuro y velocísimo / que hace el tiempo al pasar, y la firmeza / de mi sueño se rompe; se hace añicos / -como un cristal muy frágil- la ilusión / de estar aquí, contigo, junto al agua”. A partir de ese momento en el poema, el futuro se convierte en terrible presente que se transmuta misteriosamente en pasado, por esa visión atemporal que solo los auténticos poetas tienen de la vida: “El cielo se oscurece, el mar se agita. / Siento en mi sangre el vértigo espantoso / de la edad: en un instante, transcurren muchos años. / Y te veo crecer, y alejarte. Ya no eres / el niño que jugaba con su padre en la playa. / Eres un hombre ahora, y tú también comprendes / que no existió, ni existe, ni existirá este día, / la venturosa fábula de mis ojos mirándote, / la leyenda imposible de tu infancia. / Estás solo, y me buscas. Pero yo he muerto acaso. / Somos sombras de un sueño, niebla, palabras, nada”.

Eloy Sánchez Rosillo: el sueño cumplido (de ser poeta)

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La poesía no quiere adeptos

Fue García Lorca quien dejó dicho aquello de que “la poesía no quiere adeptos, sino amantes”, que fue una manera de asegurar, primero, que era la Poesía quien escogía al poeta y no al revés, y, segundo, que los verdaderos poetas no podían ser siquiera profesionales, aunque, por otro lado, también afirmara Federico aquello de que “si soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy por la gracia de la técnica y del esfuerzo, y de darme cuenta en absoluto de lo que es un poema”. Justamente Sánchez Rosillo procede de esa estirpe de poetas convencidos de su privilegio por que la Poesía se fijara en ellos y de que ellos no son constructores de nada. “Yo hablo de creación, y no porque sea yo el creador. Yo solo soy el que está presente en el momento de la creación, y ayudo en lo que puedo a esa especie de soplo inicial o impulso poético aún inconcreto, que se valdrá de mis palabras para hacerse inteligible y revelarse como poema concreto en mi idioma”, dirá el poeta murciano, lo cual se parece mucho a lo que el propio Gustavo Adolfo Bécquer, uno de sus referentes, explica como nadie en verso cuando escribe: “No digáis que agotado su tesoro, / de asunto falta, enmudeció la lira: / podrá no haber poetas, pero siempre / habrá poesía”. O cuando el poeta sevillano, al arrancar sus rimas, asegura que “Yo sé un himno gigante y extraño / que anuncia en la noche del alma una aurora, / y estas páginas son de este himno / cadencias que el aire dilata en las sombras. / Yo quisiera escribirlo, del hombre / domando el rebelde, mezquino idioma, / con palabras que fueran a un tiempo / suspiros y risas, colores y notas”.

El poeta que metaforizó la inspiración en el arpa silenciosa y cubierta de polvo, en aquel ángulo oscuro del salón, es un referente fundamental para Sánchez Rosillo. Y Antonio Machado, por supuesto, tan ligero de equipaje. Y también Leopardi, que le parece “el primer gran poeta moderno”, asegura. Y añade: “Dicen que el primero es Baudelaire, porque habla de la ciudad, pero Leopardi es el primero en hablar de lo fundamental como hablamos nosotros hoy. Garcilaso, por ejemplo, no hablaba igual que nosotros, aunque lo admiremos muchísimo. El que habla de la intimidad con nuestras palabras es Leopardi”.

La preexistencia de la Poesía la explica Sánchez Rosillo de un modo becqueriano (“Poesía eres tú”) insuperable: “La poesía precede al poema y al poeta, existe antes que ellos, impregna el mundo. Sin su constante presencia en nuestras vidas no nos sería posible subsistir. En la potencialidad inacabable de la poesía están todos los poemas que poco a poco se irán concretando en las obras de los poetas auténticos. Antes de ser escritos, el ser humano ya los conoce de algún modo. Si no estuvieran ahí, sentidos, presentidos, en vida latente, casi al alcance de cualquiera, no nos interesarían cuando finalmente son escritos por los poetas, pues hablarían de asuntos que nada tendrían que ver con nadie; el lector sólo se estremece con los poemas en los que de alguna forma se reconoce con perplejidad. ‘Esto lo sabía yo’, nos decimos al ver que coinciden de la manera más hermosa, luminosa y asombrosa con lo que tantas veces habíamos entrevisto y casi pronunciado, pero que nunca habíamos logrado expresar en palabras certeras y para siempre”. En este mismo sentido, asegura que, al contrario de los poetas que afirman que en un poema podrían haber dicho lo que han dicho o lo contrario, Sánchez Rosillo confiesa que él se limita a “lo que el poema quiere expresar y lo ayudo a decirlo; no lo puedo manipular a mi capricho y llevarlo por aquí o por allá. Si alguna vez he intentado esa operación, el poema al final se descacharra”.

Como Juan Ramón, Sánchez Rosillo reconoce igualmente ese proceso suyo del barroquismo a la precisión que tanto nos recuerda a cuando el poeta de Moguer dice “Vino, primero, pura, / vestida de inocencia. / Y la amé como un niño. / Luego se fue vistiendo / de no sé qué ropajes. / Y la fui odiando, sin saberlo… (…) Mas se fue desnudando. / Y yo le sonreía…”. O cuando exclama, en Eternidades, aquello de “¡Inteligencia, dame / el nombre exacto de las cosas! /… Que mi palabra sea / la cosa misma, / creada por mi alma nuevamente. / Que por mí vayan todos / los que no las conocen, a las cosas; / que por mí vayan todos / los que las olvidan, a las cosas…”.

Eloy Sánchez Rosillo: el sueño cumplido (de ser poeta)

Eloy Sánchez Rosillo en la calle de Murcia que lleva su nombre

La inspiración

El autor de El sueño cumplido asegura que percibe las cosas del mundo “a través de la poesía, que no es en modo alguno el reino de lo subjetivo, de lo neblinoso e indeterminado, de lo arbitrario; se trata de la posibilidad más rigurosa, lúcida y comprensiva que conozco de acercamiento a la realidad”. Y añade: “No escribo para explicarme el misterio del mundo –los misterios no tienen explicación-, sino para participar de él, para formar parte del corazón de ese misterio. La poesía no soluciona ni al individuo ni a la colectividad los problemas diarios de la vida (la injusticia y toda la miseria que de ella se deriva), ni da respuestas concretas y unívocas a las grandes preguntas existenciales (el porqué del amor, del odio, de la soledad, de la muerte). Nos pone en contacto con los enigmas del vivir y nos anima a mirarlos de cerca, a meditar sobre ellos y a adoptar en consecuencia actitudes y conductas”.

En cuanto a la inspiración, ese otro misterio que Picasso reclamaba sentado, trabajando, él mismo trataba de explicársela en un poema de hace ahora una década: “En ocasiones, cuando intenta / escribir y resulta vano / el empeño y se desespera / ante el hostil papel en blanco, / de pronto ocurre una sorpresa / después de mucho, mucho rato / de tentativas, de paciencia, / algo que no esperaba, algo / con lo que el cielo recompensa / sus sinsabores: un milagro. / Y casi sin buscar encuentra / la palabra justa, el vocablo / que necesita, la manera / de que lo oscuro se haga claro. / Surge la luz. Todo se ordena. / En el papel se posa el canto. / Y cuando al fin queda el poema / completamente terminado, / quien lo escribió, confuso, piensa / que no es verdad, que está soñando”. A este mismo respecto, dirá en otro poema, inundado de carnalidad: “Con la pluma en la mano, medito. Y la blancura / de este papel se va cubriendo lentamente / de leves signos que me entregan / los días remotos del verano aquel / y a esa muchacha que otra vez me mira”.

Que Sánchez Rosillo es un poeta que nos devuelve a la poesía concreta, clara, sensual, directamente asumible y sin abstracciones, no solo lo dice él, sino que lo demuestra cualquier tarde: “Que otros canten las armas y a los héroes, / los abismos del ser / o la complejidad del universo. / Dejadme a mí que diga la gracia irrepetible / de esta tarde de abril, la efímera hermosura / de la luz, que es amiga y que plácidamente / acaricia el papel en el que escribo”. Así, lo mismo en abril que cuando se agota el verano, como evoca en el poema titulado “Era septiembre”: “Si aquel amor no hubiera sucedido, / cómo seguir viviendo. / Me dijo, no te vayas, / quédate aquí conmigo, quédate. / Qué desconsuelo había en su decir, / qué palabras las suyas / tan misteriosas y conmovedoras. / Insistió muchas veces. / Nada que a uno le llegue hasta el oído / podrá calarle más en lo más profundo. / La vida empuja, arrastra, no da tregua, / y nos lleva y nos trae, nos da y nos quita. / Todo, no obstante, suma. / Cuanto ha existido configura el mundo. / Era septiembre entonces, / cuando la gente vuelve a las ciudades / al final del verano. / Yo tenía que irme y no me iba. / Una muchacha me retuvo allí, / junto al mar perezoso. / En el recuadro de la tarde última / no hay sino esta presencia que me implora, / sus ojos negros y su abatimiento / en el momento de la despedida. / Éramos solo dos adolescentes. / Cuánta verdad y cuánta intensidad. / Me sujeta la mano y me repite / con voz convulsa y con los labios trémulos, / no te vayas así, quédate, espera. / Luego, al caer la noche, nos tuvimos / por fin que separar. Después ya nunca / hemos vuelto a encontrarnos. / Cómo seguir viviendo hasta este día / si no hubiera ocurrido aquel amor”.

Él mismo dirá que “poeta es quien ante cualquier cosa del mundo –no hay ninguna sin importancia- se detiene y la mira y la escucha largamente, no solo con los ojos o con los oídos, sino con todas las facultades de las que disponemos, para lo cual hay que despojarse de apriorismos y de opiniones personales. Después de mucho contemplarlas, las cosas, irán tomando confianza con uno y haciéndole confidencias sobre su forma de ser, ya que no son mudas, sino muy elocuentes; les gusta mucho comunicarse, aunque sólo si ven que eres de fiar y que no vas con exigencias ni con engreimientos ni con prisas. Luego, el poeta sólo tendrá que transcribir a su lengua lo que ellas le han dicho en sus respectivos idiomas sin palabras, añadiendo lo menos posible de su particular cosecha”.

Sánchez Rosillo, en fin, siente este sueño cumplido como el final de una aventura, una “extraña aventura” en que se ha empleado la vida. “Para hallar y ordenar unas pocas palabras / que con su propia música una emoción expresen, / hice de mi vivir una extraña aventura / de búsqueda perpetua y tantas soledades. / ¿Es ése mi destino? Tal vez. Vale la pena / gastar así la vida, si alguien, ahora o después, / piensa que fue el amor quien me guio los pasos / y encuentra en estos versos mi verdad y la suya”.

Su propio periplo vital, su propia inspiración, su propia poética y su misión en el mundo los resume de una manera genial cuando escribe: “Sé muy bien / que no fui yo quien hizo los poemas / que en mis libros figuran. Fueron ellos / los que a mí me crearon, los que han ido / poco a poco tejiendo el nombre que me nombra, / la identidad que tengo. / Y aunque tan sólo soy / quien con el alma en vilo ayudó como pudo / a que su luz posible aconteciera, / cuánta satisfacción siento en mi pecho / ahora que anduve ya gran parte del camino, / qué compasivo el mundo y qué deseo / de seguir en la brecha mientras la vida dure, / para que el sueño aquel que soñé de muchacho / hasta el final se cumpla”.

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