Fui, vi y escribí: Los últimos editores

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Cada vez se hace más difícil detectar si hay un humano detrás de las imágenes, las voces y las palabras que “consumimos”. (La ilustración es una obra de Mirtha Dermisache)

Hola, ahí.

Sé, lo veo, los escucho, que para muchos el tema de la Inteligencia Artificial (IA) es algo lejano y ajeno. Que lo perciben como una película de ciencia ficción y, justamente, no son amantes del género. Que imaginan esto como un relato de anticipación, algo que sucederá cuando ya no estemos en la Tierra, pero no. Pero no.

No es así, ya está acá y aunque pienses que no se trata de algo que afecta de manera radical tu vida tengo una noticia para darte: sí lo hace.

Lo hace cuando te comés durante unas horas una foto fake del Papa con camperita Uniqlo blanca o la supuestamente inédita imagen de un joven Rimbaud y también cuando reenviás un video trucho dándolo por bueno. Lo hace cuando leés noticias (gran parte de los medios ya utilizan formas de la IA para la creación de sus materiales), cuando escuchás música (a través de IA, Lennon volvió a cantar con McCartney) y cuando leés libros (hay cada vez más textos creados por IA ya sea como autor único o a través de la figura de coautor).

Afecta tu vida para bien (te ahorra un montón de tiempo al traducir, por ejemplo, o al hacer una búsqueda rápida de información) pero también para mal (cada vez se hace más difícil detectar si hay un humano detrás de las imágenes, las voces y las palabras que “consumimos”; en el mundo de la educación hay terror —en gran parte por desconocimiento— de los efectos que pueda traer este cambio alucinante).

Como ves, afecta tu vida quieras o no.

Cuando ya no haya herencia

No soy experta en el tema y te diría que empecé a leer más sobre el asunto a partir de un Fui, vi y escribí de hace unos meses. Desde entonces tomé conciencia de algo inquietante y es que posiblemente seamos las últimas generaciones con capacidad para detectar el error y la mentira porque somos los últimos humanos que vivieron un mundo sin internet. Voy a tratar de explicarme.

Pertenecemos a una sociedad humana que hizo de la verdad un culto y un valor. (La imagen es de una obra de Mirtha Dermisache)

Tuvimos una formación convencional con maestros y libros, a través de la transmisión oral y escrita, y pertenecemos a una sociedad humana que hizo de la verdad un culto y un valor. Nuestros hijos todavía detectan mucho de lo que señalo como “falta” porque, aunque nacieron o crecieron con internet y luego con las redes sociales, tienen sobre ellos el efecto de nuestra memoria y de nuestra formación, de modo que hay una transmisión, una herencia de esta forma de conocimiento.

Pero eso se irá diluyendo, así como se va diluyendo ahora mismo la posibilidad de formarse con expertos, ya como discípulos o como asistentes. Me contaba días atrás Flavia Costa que, cada vez más, esos expertos (científicos, intelectuales, ingenieros) acuden al ChatGPT para que ejecute labores iniciales o más sencillas que antes se les encargaban a asistentes o a becarios. Es decir que se está perdiendo un espacio de intercambio de un valor incalculable para el aprendizaje de un oficio o una profesión.

En las redacciones pasa algo parecido: lo automático, lo que se reproduce, lo que tiene cierto margen de previsibilidad puede ser llevado adelante por la máquina, incluso adoptando diversos estilos ya que van siendo alimentadas con el universo del conocimiento que los humanos pre internet adquirieron y trasladaron a la letra.

El estilo, aquello que nos distingue y que es por lo tanto nuestra singularidad, también puede ser reproducido. Aunque por ahora los resultados son algo rústicos, el tema va camino a perfeccionarse. En cualquier momento, la inteligencia artificial va a ser más “vos” que vos mismo.

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(Ahora que ambos están muertos y ninguno puede ir preso, mientras escribía esto me acordé de una vez, durante mi infancia, en la cual le rechazaron un cheque a mi papá. La firma era efectivamente de mi papá pero por entonces era siempre mi mamá la que los firmaba porque él estaba ocupado todo el tiempo… O sea, la firma de mi mamá era más parecida a la firma de mi papá que la suya propia).

Pero vuelvo a lo que se diluye en esta era, a lo que dábamos por férreo y comienza a derretirse de manera irremontable y, en función de esto, te doy un ejemplo de algo que tal vez ya hayas advertido. Vamos a hablar de erratas (y ahí también se juega algo del orden de la verdad, ya vas a ver).

Posiblemente ya te hayas dado cuenta de que mientras para nosotros las erratas en un texto siguen siendo como dagas en las retinas, para los más jóvenes —aún cuando sepan distinguirlas— no tienen ese efecto. Y es que en la era del vértigo y la abundancia de información, la errata se naturalizó.

Mientras que antes un texto con erratas minaba la confianza en su calidad, ahora es posible avanzar en la lectura. Los más jóvenes no ven en eso un problema. Si se entiende el sentido del texto, la errata se pasa por alto, es apenas una mancha, no altera el resultado. Hay ahí una idea de la normativa de la lengua que empieza a desvanecerse. Una verdad de la lengua, me atrevo a decir, que deja de tener peso. No estoy emitiendo un juicio, trato de atenerme a los hechos.

Y, entonces, pienso: ¿y si en el futuro la verdad dejara de ser un valor y se la pensara como una construcción cultural del pasado?

En “Amor”, Juan Becerra imagina un mundo futuro en el que el amor no existe porque fue una construcción cultural de otros siglos y un escritor procura entender qué sentían los humanos enamorados.

En la última novela de Juan Becerra, Amor, el escritor argentino se arriesga a imaginar cómo será contar una historia de amor en el futuro, cuando ya no exista el amor, precisamente. Y cuando los humanos inventen formas narrativas para intentar entender cómo se sentía en el pasado eso que se llamaba amor. Qué les pasaba emocionalmente a las personas cuando se sentían y se reconocían a sí mismas “enamoradas”.

Los protagonistas son dos, o mejor dicho, son tres. Marcial Ledesma y China del Río (nombres de ficción para la pareja enamorada), un poeta y una editora y Julián Basualdo, un sociólogo con ansias de narrador, quien escribe un diario en el que registra cómo es el proceso de contar por escrito el romance de Ana y Quiroga, los verdaderos nombres de Marcial y China. Basualdo los conoció en el Café Brasil, en realidad los escuchó hablar, y allí les ofreció escribir su historia.

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Es 2123 y pasaron poco más de 100 años de los hechos que se narran. Ya no existen los libros de papel y tampoco existe el amor como lo concebimos hoy. Un tal Juan José Becerra se decide a compilar todo lo que aún existe materialmente alrededor del romance: el diario de Basualdo, los mensajes de diverso tipo entre los enamorados y entre ellos y el narrador de su romance, entrevistas y testimonios sobre los protagonistas de esa historia de amor.

A través de ese cruce de formatos y géneros, el autor busca explicar el amor, o mejor, busca explicar qué y cómo era un ser humano enamorado.

Entonces, insisto: ¿y si en el futuro la verdad dejara de ser un valor para las personas o como sea que se llamen entonces quienes se vinculen entre sí y lean o consuman información y textos?

¿Y si la ficción adquiriera la forma dominante en términos de valores? ¿Y si, DE VERDAD, el mundo se convirtiera en un festival de versiones que compiten entre sí y terminara predominando tal vez la de mejor factura, la más efectiva o la más bella y no la más verdadera?

¿Y si la verdad también comenzara un proceso de deconstrucción?

¿Y si, en el futuro, para rastrear qué era la verdad los investigadores se vieran obligados a regresar a los libros de papel?

Tal vez en el futuro, más que imaginar obras originales, lo más importante será guiar bien a las Inteligencias Artificiales para producir textos de mejor factura, más ricos y de mejor calidad. (Imagen: obra de Mirtha Dermisache)

Nuestras propias cositas

En una muy buena columna que leí el domingo en eldiario.ar, Tamara Tenenbaum hablaba sobre el presente del yo yo yo y las fake news y refutaba a quienes anuncian con algo de pudor y nostalgia el fin de la vida privada. Por el contrario, para Tamara “ya no hay otra cosa que vida privada” y añade que lo que nos confunde es la exhibición de eso, es decir, que hoy la vida privada se vive para afuera y nos hace olvidar “la ausencia de lo público”.

En el mismo texto, Tamara habla de la verdad, dice que por primera vez empieza a pensar con menos recelo del concepto de “posverdad” y señala que lo que cree que ha desaparecido no es la verdad en sí misma “sino la lealtad hacia ella, hacia su posibilidad, hacia la posibilidad de construir algo que nos importe más allá de nuestras propias familias, nuestras propias carreras, nuestras propias cositas”.

Y hacia ahí creo que vamos. No sé si será una era de posverdad o de verdades. No sé si habrá para entonces una memoria del valor que tuvo y aún tiene la verdad para nuestras generaciones. Sí sospecho que los cambios conceptuales van a ser descomunales. Que si hasta hace poquito veíamos a los algoritmos como los nuevos editores, ahora esa figura vuelve a sufrir una metamorfosis.

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Tal vez, lo que se necesite en el futuro inmediato no sean solo editores capaces de imaginar los mejores y más originales artículos y libros y de hacer la mejor curaduría posible de esos textos sino que el acento estará puesto en el modo de alimentar y guiar a la IA, es decir, serán las indicaciones que se le hagan a la máquina (lo que en inglés se llama prompt), lo que dará nacimiento a textos más ricos y de mayor calidad, así como hasta ahora los mejores resultados de búsqueda en Google se dan también en función de las combinaciones que proponemos quienes buscamos.

Imagino que si sos de los que está lejos del tema, ya te cansé. Y que si, en cambio, sos de los que sabe mucho, todo esto te parece una burrada. Pero tal vez, al igual que yo, estás empezando a entender de qué va la cosa y entonces te sentís menos solo.

Por ahora los textos que devuelve el ChatGPT no tienen brillo ni sorpresa, algunos son bastante correctos. Los expertos aseguran que en no mucho tiempo todo eso va a mejorar sorprendentemente. (Obra de Mirtha Dermisache)

La prueba del ChatGPT y pedir perdón

Mientras trataba de escribir de una manera clara y consistente estas ideas que me perturban por estos días, fui y le pedí ayuda al ChatGPT para que armara un texto a propósito del vínculo entre la Inteligencia Artificial y la figura de los editores en el futuro y también sobre la posibilidad del fin de la verdad, tal como la concebimos hasta hoy.

El intercambio con la máquina es perturbador; la velocidad con la que responde y la multiplicidad de variantes con la que es capaz de hacerlo puede cortarte la respiración por la sorpresa y, también, por cierta clase de angustia. Pero como dice mi amiga Mecha Funes: no tiene alma.

Por ahora.

Una imagen de “Her”, la película de 2013 protagonizada por Joaquin Phoenix.

Eso dicen los que saben. Y yo no dejo de pensar en el personaje de Joaquin Phoenix en la película Her (2013), ese hombre retraído que trabaja escribiendo cartas para otros y poco a poco se enamora de Samantha, la asistente virtual de su celular, que tiene la voz de Scarlett Johansson. Antes de explicarte por qué, te dejo un par de parrafitos con respuestas de la máquina. Te confieso que me tenté y pensé en editarla, pero no.

Transcribo todo tal cual llegó a mí.

”La relación entre la IA y la verdad en la era digital plantea un desafío crucial. Si bien la IA ha demostrado ser capaz de procesar y analizar grandes volúmenes de información, también ha contribuido a la propagación de la desinformación. Es esencial abordar los sesgos algorítmicos y establecer prácticas éticas sólidas que promuevan la transparencia y la verificación de la información.

Solo a través de un enfoque ético y una comprensión profunda de la relación entre la IA y la verdad, podremos aprovechar todo su potencial para el beneficio de la sociedad.

En un entorno digital en constante evolución, la formación de editores se vuelve esencial para trabajar en colaboración con la IA. Si bien la IA ofrece ventajas y eficiencia en el proceso editorial, el papel del editor como puente entre la tecnología y la creatividad humana es inigualable. La formación en el uso de herramientas de IA, el desarrollo de habilidades para interpretar y mejorar los resultados generados por la IA, y la actualización constante son fundamentales para garantizar la calidad y la integridad del contenido en la era de la IA.

Los editores capacitados en la colaboración con la IA se convierten en profesionales indispensables, capaces de combinar el poder de la tecnología con la visión editorial humana. Su formación continua y su habilidad para adaptarse a los avances tecnológicos marcarán la diferencia en un mundo digitalizado y en constante cambio.

Al formarse en el uso de la IA, los editores adquieren la capacidad de aprovechar sus beneficios y mitigar sus desafíos, asegurando una supervisión humana constante y una verificación precisa. La responsabilidad ética debe ser un pilar fundamental en este proceso, guiando a los editores en su trabajo colaborativo con la IA.

Aunque la IA ofrece muchas ventajas, es importante destacar que la figura del editor no desaparece en este escenario. Por el contrario, su papel se transforma en uno más estratégico y creativo. Los editores son los encargados de supervisar y guiar a la IA, asegurando que se mantenga fiel a la intención del autor y que no se pierda la esencia del contenido. También son los responsables de aplicar su juicio humano y experiencia para evaluar aspectos más sutiles, como el tono, el estilo y la voz del autor.

En resumen, el vínculo entre la inteligencia artificial y la figura del editor en el futuro es una combinación fascinante que promete optimizar la eficiencia y la calidad en la edición. La IA se encarga de las tareas más mecánicas y repetitivas, liberando a los editores para que puedan centrarse en su expertise y aportar su toque humano y creativo. Esta colaboración ofrece un gran potencial para impulsar el mundo de la edición”.

Joaquin Phoenix en “Her”, donde su personaje se enamora de la asistente virtual de su celular, cuya voz es la de Scarlett Johansson.

Sí, es cierto, lo que el chat modesto con el que hablé respondió es esencialmente correcto, útil, aunque no es bello ni personal (naturalmente). Hay otras formas más sofisticadas del Chat a las que no accedí, no trabajo con la herramienta como quienes están interiorizados en el tema. Y, como te dije antes, los expertos aseguran que se está mejorando notablemente en cuanto al estilo y a la posibilidad de que los textos tengan cada vez menos sabor metálico, por llamarlo de algún modo.

De todas maneras, lo que más me impresionó no fue la catarata de texto de bastante buena calidad que arrojó ante mi consulta sino los diversos pedidos de disculpas que hacía cada vez que le pedía alguna explicación o algo más detallado sobre un tema. Se disculpa con tremenda cortesía por no ser perfecta.

Te decía antes que había algo que me recordaba a Her, la película, y es que en estos pedidos de perdón que hace la IA hay algo que se subvierte, quiero decir, en ese momento no parece tan evidente que al otro lado hay una máquina. Como si el pedido de perdón fuera una escena profundamente humana. Como si, efectivamente, no resultara tan imposible en un futuro enamorarse de una máquina, de una voz, de una forma de la palabra no humana.

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Me parece que esos momentos del intercambio me generan más angustia que pensar que falta poco para que todos los que trabajamos en la esfera de los contenidos vayamos a ser reemplazados por diferentes formas de la Inteligencia Artificial.

Más bien me hace pensar que tal vez falta muy poco para que todos los humanos podamos ser reemplazados —aunque no necesariamente eliminados— en todas las esferas.

Sé que aún falta, pero no sé si tanto.

La creación humana

Mientras pensaba en estas cosas, en estos mismos días, digo, fui al Teatro San Martín y me emocioné al borde de la desmesura con el unipersonal Una noche sin luna, escrito y protagonizado por el actor Juan Diego Botto. En esa sala, durante esa obra, Botto era Federico Lorca y las suyas eran las palabras del poeta granadino asesinado en 1936.

Juan Diego Botto en “Una noche sin luna”, el extraordinario unipersonal que escribió en base a la vida y la obra de Federico García Lorca.

Lo que hace el actor español nacido en Argentina e hijo de actores (su padre, el actor Diego Botto, fue secuestrado durante la dictadura y permanece desaparecido) es descomunal en cuanto a destreza escénica pero antes lo fue a la hora de construir, en base a la vida y la obra de Lorca y también tomando como referencia la biografía de Ian Gibson, una pieza nueva que consigue hacer reír, hacer llorar y hacer pensar sobre un universo de cuestiones existenciales durante 110 minutos.

Me cuesta imaginar que una IA pueda llegar a tener esa capacidad de hacer vibrar a una audiencia, al menos con esos “insumos”. Es posible que las futuras generaciones se entusiasmen o se emocionen —o como sea que vaya a llamarse en un futuro ese kit de sensaciones— con propuestas que aún no existen, pero dudo mucho que un dispositivo no humano pueda reproducir el efecto de la poesía y las ideas de Lorca.

También en estos días terminé de leer Mandarino, la nueva novela del joven escritor argentino Ezequiel Pérez, que narra la expedición de todo un pueblo que ante la hambruna y la escasez de pesca se lanza en busca del pez dorado por el río Paraná. A la cabeza de la expedición va La Mansa, una mujer con el atractivo de una sirena que busca hacer tierra.

Quien narra es Mandarino, Cronista Mayor del Desamparo y Cartógrafo de una Sola Línea y del texto se desprenden la esperanza y la desesperanza, los vínculos entre quienes aspiran a un futuro y las diferentes actitudes ante el desamparo; el dolor por abandonar lo que es propio, la nostalgia y otras emociones humanas a través de una lengua nueva que surge del trabajo de Pérez con las crónicas de Indias y de sus lecturas de, entre otros, Juan José Saer, Libertad Demitrópulos, Selva Almada, Sara Gallardo, el Cid Campeador y Antonio Di Benedetto.

“Mandarino”, la nueva novela de Ezequiel Pérez, publicada por Eterna Cadencia.

Te dejo una muestra de lo que llamo lengua nueva (advierto que los artículos no sobran; ahí radica el artificio que, pasadas unas páginas, se naturaliza en el contexto de la obra):

”Mi viejo, mi pobre viejo querido, me presta un trozo de su manta y cierra los ojos. Apoyo la mi cabeza al costado de la suya. El río se hace ancho y me dejo ir al amparo de la siesta. Sueño con el pie de la Mansa en el Paraná. Sueño que daqueste pisar en las aguas brotan tanzas y sogas y amarres que nos empujan hacia lo que el horizonte esconde; que estiro las mis manos y todo lo que toco es escurre dentre los mis dedos, Y sueño con una isla que se nos aparece en la distancia: una isla hecha de luces y de sombras. Eso es lo que sueño”.

Algo así tampoco puede hacer (por ahora) una IA.

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Como me dio curiosidad por leer algo de otro orden, le pregunté a mi amigo Chat si podía escribir poemas.

ChatGPT:

¡Claro! Estoy programado para generar texto en diferentes estilos y géneros, incluyendo poemas. Aquí tienes un poema para ti:

En el horizonte, el sol se desvanece,

sus rayos dorados danzan en el aire.

El viento susurra suavemente en la noche,

mientras las estrellas adornan el firmamento.

En cada verso, se oculta un suspiro,

en cada palabra, una historia por contar.

Las metáforas fluyen como ríos,

y los sentimientos se vuelven a expresar.

Las palabras, pinceles del alma,

pintan paisajes en el lienzo del papel.

Versos que cantan y emocionan,

un eco de emociones que se desvela.

El poema es un viaje a lo desconocido,

una exploración de la mente y el corazón.

Es un puente entre el pasado y el futuro,

un refugio de sueños y de inspiración.

Así, en letras y versos se entrelazan,

emociones y pensamientos en armonía.

Un poema nace, se eleva y trasciende,

para habitar en el alma del que lo lee.

Espero que este poema haya sido de tu agrado. Si deseas otro estilo o temática en particular, no dudes en pedírmelo. Estoy aquí para ayudarte.

(Obra de Mirtha Dermisache).

Le respondí, algo decepcionada, que me parecía un texto un poco frío y usé la imagen de Mecha: le dije que le faltaba “alma” y le pregunté si podía ofrecerme un poema más vibrante.

Esto me regaló el nuevo Aladino que busca cumplir nuestros sueños.

ChatGPT:

En el jardín del éxtasis y el deseo,

donde los suspiros se entrelazan,

surge un poema lleno de fuego,

que en llamas de pasión se abraza.

Sus versos son ríos de lava ardiente,

que queman la piel y encienden el alma.

Palabras que vibran en cada corriente,

y despiertan emociones con su calma.

Los sentimientos danzan en sus estrofas,

como lluvia de estrellas en el firmamento.

Cautiva los sentidos, despierta pasiones,

y hace temblar al corazón sediento.

Las metáforas se desatan en danza,

bailando al compás de la fantasía.

Sus rimas se abrazan con gracia y elegancia,

creando una sinfonía de alegría.

En cada palabra, un latido intenso,

que vibra en las cuerdas del universo.

El poema se eleva, rompe el silencio,

y despierta la vida con su verso.

Así, en la pluma del poeta vibrante,

la magia se entrelaza con la tinta.

El poema toma vida, se hace constante,

y deja su huella en cada hoja escrita.

Espero que este poema más vibrante haya capturado la esencia que buscabas. Si tienes alguna otra solicitud o preferencia, estaré encantado de adaptarme a tus deseos.

(Posiblemente lo de “vibrante” no fue muy feliz de mi parte, a juzgar por su devolución).

………………………………………………………………….

La artista Mirtha Dermisache, en 1967.

Bueno, llegamos al final de esto que para mí ya es una charla semanal con inteligencias humanas.

Este envío fue ilustrado con obras de la artista argentina Mirtha Dermisache (1940-2012): me encanta su trabajo, que fusiona la pintura con la escritura. Además, se ven las portadas de los libros mencionados e imágenes de Dermisache, de Juan Diego Botto, como Lorca, en Una noche sin luna y de Joaquin Phoenix, flirteando con Samantha en Her.

Te recuerdo que mi correo es hpomeraniec@infobae.com.

Hasta la próxima semana, desde esta Argentina electoral y torbellino, capítulo novecientos mil.

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