[ad_1]
A Laurence Paul Cunningham (Londres, Reino Unido, 1956-Madrid, 1989) se le recuerda aquí, sobre todo, por ser el primer futbolista británico que jugó en el Real Madrid, aunque también la afición vallecana rememora con cariño su paso por el Rayo. En su país, su mayor reconocimiento pasa por ser el primer negro que jugó con la selección nacional, además de un símbolo en la lucha por la igualdad racial, con una carrera accidentada, lastrada por las lesiones y una muerte prematura.
Pero el jugador a quien aquí se bautizó como la perla negra era mucho más que eso: un bailarín deslumbrante, uno de los primeros integrantes de la tribu urbana británica de los soulboys y un hombre que siempre iba a la vanguardia de la moda, un alma libre que nunca encajó en lo que la sociedad esperaba de él. Todo eso lo revela el periodista inglés Dermot Kavanagh en Different Class: Football, Fashion And Funk. The Story Of Laurie Cunningham (’Clase diferente: fútbol, moda y funk. La historia de Laurie Cunningham’), una biografía que acaba de ser traducida al español por la editorial Colectivo Bruxista con el título simplificado de Different Class. La historia de Laurie Cunningham.
“Recuerdo a Cunningham como jugador del West Bromwich Albion en la década de los setenta, cuando yo era adolescente. Luego, aparentemente, desapareció cuando se fue a España. En aquel entonces había poca cobertura del fútbol español, o incluso europeo, en Inglaterra y fue olvidado en gran medida hasta que se informó de su muerte en 1989. Después de varios años sin pensar en él, mis recuerdos de adolescente volvieron con fuerza cuando vi una foto suya portando un traje estilo Gatsby. Ahí sentí que tenía que averiguar más sobre él”, indica Dermot Kavanagh . “Luego, cuando descubrí que era un soulboy, supe que había una historia mucho más grande que contar sobre Laurie, sobre Londres y la vibrante cultura juvenil de la época”. (Los soulboys eran una subcultura juvenil de clase trabajadora, sobre todo negra, que surgió en Inglaterra en los setenta y mezclaban sus raíces y gustos underground con el amor por la música soul y funk estadounidense).
Sostiene Kavanagh que “los soulboys negros de Londres han sido pasados por alto en la narrativa de la cultura pop británica, por lo que no sorprende que Cunningham no sea conocido como un bailarín e icono de estilo. Era una escena clandestina que se basaba en el boca a boca. La explosión de la década de los setenta en la cultura juvenil en Gran Bretaña está dominada en los medios por el punk, que estaba en toda la prensa musical y la televisión. El soul y el funk recibieron muy poca cobertura en ese momento y fueron ignorados en gran medida. Los clubes de soul en Londres eran interesantes, mixtos y multiculturales. El cineasta Don Letts [figura clave entre quien documentaron la efervescencia musical de la época en Reino Unido] me dijo que ninguna escena ha sido tan mixta como esa”.
La biografía de Cunningham tiene muchas más cosas en común con No Irish, No Blacks, No Dogs, las memorias de John Lydon, vocalista de Sex Pistols, que con la historia de un futbolista al uso. El autor está de acuerdo con la apreciación. “Son exactamente contemporáneos, ambos nacieron en 1956 en Holloway y crecieron en Finsbury Park. Ambos se hicieron a sí mismos en el sentido de que nadie les enseñó cómo hacer lo que hicieron. Ambos eran hijos de padres inmigrantes de clase trabajadora, muy tímidos como adolescentes que, sin embargo, amaban la ropa y vestirse de una manera distintiva, y ambos fueron moldeados por Londres. No creo que la escena punk o la escena soul pudieran haber ocurrido en otro lugar, y ambos crecieron en hogares que también amaban la música”. Incide Kavanagh en que “al padre de Laurie, Elias, le gustaban los discos de ska y jazz, y su hijo tocaba el piano y bailaba en las reuniones familiares”.
El futbolista con alma de ‘soulboy’
Los Cunningham provenían de Jamaica, de donde habían emigrado en los años cincuenta en busca de mejores oportunidades económicas. Eran parte de la llamada Windrush generation. Esa generación de migrantes, en su mayoría negros, salidos de países de la Commonwealth que llegó para cubrir los puestos de trabajo que dejaron los soldados fallecidos en la Segunda Guerra Mundial y que al llegar a la capital británica, eran tratados como ciudadanos de segunda. El pequeño Laurie destacó en el fútbol desde niño, aunque sus mayores ídolos eran los bailarines Fred Astaire y Gene Kelly. Después, cuando se pusieron de moda las películas de artes marciales procedentes de Hong Kong, añadió a Bruce Lee a su altar particular y comenzó a practicar kárate. Todo eso lo puso en práctica en su estilo como jugador.
Alrededor de 1973, se convirtió en uno de los bailarines estrella en el club del Soho londinense Crackers, un local inicialmente gay que acabó presumiendo de ser igualmente frecuentado por personas heterosexuales, blancas y negras, y se convirtió en el influyente epicentro del jazz-funk. A él acudían futuros músicos como Jazzie B (Soul II Soul) o el DJ de house Terry Farley, quienes, probablemente, alguna vez formaron parte del círculo que se hacía alrededor de los duelos de baile, concursos oficiosos en los que el público decidía quién era el mejor. Y, a menudo, lo era el joven Laurie.
Uno de sus contrincantes habituales, Dez Parkes, explica en el libro que “todos los jamaicanos pasaban por el reggae, era lo primero que te llegaba. Luego nos dimos cuenta de que era una escena demasiado cerrada, así que nos salimos de ella. Queríamos hacer algo diferente, había un enorme deseo de libertad. Queríamos bailar y estar guapos”. Sostiene que abrieron muchas puertas. “En aquella época, la comunidad negra solo podía reunirse en iglesias, salones comunitarios y bares ilegales. Creamos algo, pero nunca se nos ha reconocido. La escena soul londinense, de la que nacieron muchas mentes creativas, la tuvimos que crear por pura supervivencia”, apunta Parkes en el libro.
Pero igualmente rompedor era Cunningham a la hora de vestir, como todavía recuerdan quienes le vieron bajar una tarde del autobús con los jugadores del Leyton Orient, el equipo con el que comenzó su carrera en 1974: llevaba un traje de gángster, con camisa, corbata con alfiler, zapatos bicolor, fedora y un bastón. “Había que ser muy valiente para vestirse así, sobre todo en el mundo del fútbol, donde los comentarios sarcásticos de los compañeros no se hacían esperar”, escribe Kavanagh. Él era asiduo de las tiendas de moda de King’s Road (incluido Sex, el local de Vivienne Westwood y de Malcolm MacLaren en el que nacieron los Sex Pistols) y también los mercadillos de segunda mano del barrio de Camden, donde adquiría ropa de los años cuarenta y cincuenta que combinaba con artículos de diseño de marcas exclusivas.
Según Kavanagh, “al vestirse de una manera tan diferente, estaba diciendo que el fútbol no era lo único que importaba, que no lo definía, y que la ropa podía utilizarse como herramienta para explorar diferentes aspectos de su personalidad”. Adquirió, además, fama de excéntrico por su impuntualidad a la hora de llegar a los entrenamientos. El mantener una relación con una chica blanca y muy glamurosa, Nikki Brown, con quien salía a divertirse en las pistas de baile, tampoco fue bien visto por una sociedad aún poco abierta a las parejas interraciales.
En aquel tiempo los futbolistas negros arrastraban el sambenito de ser vagos e indisciplinados y los insultos racistas y los lanzamientos de plátanos al campo eran lo corriente en los estadios. Pero, salvo algún controvertido saludo a las gradas haciendo el gesto del black power, el que luego sería delantero del West Brom aguantó las afrentas con elegancia estoica y una depurada técnica futbolística que lo acabó convirtiendo en el primer jugador negro que vistió la camiseta de la selección inglesa, en 1979. Era, por entonces, uno de los futbolistas más prometedores del mundo. Tanto que el Real Madrid lo convirtió en el fichaje más caro de su historia en aquel momento. (No hay consenso en las hemerotecas con respecto a la suma que se le pagó, pero fluctúa entre los 110 y los 195 millones de pesetas de la época).
Madrid no fue una fiesta
Al llegar a la capital de España, también en 1979, la inocencia que había caracterizado a Laurie comenzó a resquebrajarse. En un Real Madrid aún muy condicionado por los conceptos franquistas de la disciplina y el decoro que había impuesto Santiago Bernabéu, “el negrito”, como se le llamó al principio, fue recibido con sospecha, incluso por sus propios compañeros de equipo, celosos por la cantidad que cobraba. Se comenta que, en el primer entrenamiento, le hizo un caño —sin mala intención— a José Antonio Camacho, lo que enseguida despertó antipatías en el vestuario. Luego, Gregorio Benito le vendió una mansión en la localidad de Las Matas por un dineral. Con el tiempo, el inglés confesó sentirse timado por su compañero.
Era la época en que despertaba la democracia en España, pero aún se mantenían muchos rasgos de la moral nacionalcatólica. Las mujeres de los otros futbolistas no entendían que Nikki y él no estuvieran casados. Y también se abría una noche joven, en plena eclosión de la Movida madrileña, plagada de tentaciones. “Debe haber sido difícil adaptarse a un nuevo país, y su novia de entonces habla del aislamiento y la soledad que a menudo sintió”, indica Kanavagh. “Al principio había como curiosidad exótica, la gente desviaba sus coches para verlos más de cerca. La disciplina de un club como el Real Madrid también fue un shock después de Inglaterra. Creo que nunca se adaptó a ella, iba en contra de su carácter curioso e instintivo. Llegó a amar España, le gustaba el estilo de vida y la cultura, aprendió el idioma e hizo muchos amigos, pero se sintió agraviado por el trato que le dio el Real Madrid en los últimos años”.
No tuvo muchos momentos de gloria la perla negra en su etapa merengue. El más brillante fue el partido de liga en que salió aplaudido del Camp Nou después de que el Madrid ganase 0-2, pero lo cierto es que encontró un gran muro en los defensas españoles, que lo lesionaron con frecuencia. El bético Bizcocho le causó una muy grave que casi truncó su carrera. Encima, un fotógrafo lo pilló in fraganti con Nikki en la discoteca Pachá, bailando torpemente con una escayola, lo que le valió una multa de un millón de pesetas por parte del club. El equipo blanco le dio puerta poco después, Cunningham cayó en picado, rompió su relación sentimental y comenzó un errático peregrinaje por distintos clubes: Sporting de Gijón (ciudad en la que tuvo una hija de la que, según cuenta el libro, no quiso saber nada), Olympique de Marsella y Leicester hasta volver a recalar en Madrid, ya en 1986, para jugar en el Rayo Vallecano.
“Después de los problemas de lesiones y mala prensa que había sufrido en el Real Madrid cuando llegó al Rayo, Cunningham era una persona muy diferente”, afirma Kavanagh. “Tuvo que aprender a lidiar con la decepción y, en ocasiones, tuvo problemas para mantener su su carrera sin que descarrilara. En el Rayo sabía que ya no era el delantero rápido de antaño, pero se adaptó y jugó un papel importante en su ascenso a Primera División. Una teoría puramente personal que tengo es que el Rayo era un club de tamaño similar al Leyton Orient, donde comenzó Cunningham. Ambos clubes se encuentran en zonas de clase trabajadora sin glamur de la capital, con una fuerte identidad comunitaria y una población inmigrante próspera. Cunningham pudo haber reconocido esto y se sintió a gusto dentro del club”. Sus últimos años fueron intensos: en su segunda estancia en Madrid, se casó con una mujer española (Silvia Sendín-Soria) y tuvo un hijo (Sergio), aunque se fue a jugar al Charleroi belga y el Wimbledon británico hasta finalizar su carrera de nuevo en Vallecas. Esta vez, forzosamente. En el verano de 1989 perdió la vida por un accidente de tráfico, cuando su coche se estampó contra una farola al salirse de la carretera de A Coruña. Solo tenía 33 años.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram, o suscribirte aquí a la Newsletter.
[ad_2]
Source link