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«Hay que prohibir el autotune». La frase fue dicha por la mayor estrella del rock argentino y produjo un efecto inmediato: una lluvia de gritos y aplausos. Charly García estaba en el escenario después de que Random, su primer álbum de canciones originales en más de un lustro, ganara en la categoría Disco del Año en la edición 2018 de los Premios Gardel. Escudado por su amigo Palito Ortega, quien le entregó la estatuilla, Charly se acercó al micrófono para bromear un poco, dedicar el premio a músicos caros a su corazón (María Gabriela Epumer, Prince, Spinetta) y rematar con la sentencia que se replicaría segundos después en cientos de tuits: «Hay que prohibir el autotune»
Si bien el trap local venía creciendo a ritmo sostenido desde hacía algún tiempo en Argentina, el reclamo de García representaba algo más que una legitimación por contraste. Su enojo era también el símbolo de un eje en la industria musical: momentos antes, un joven Duki había interpretado sobre ese mismo escenario uno de sus primeros hits, uno en el que se vanagloriaba de su vida acelerada con expresiones cortas, rítmicas y deformadas por el autotune. La canción se titula «Rockstar».
La frase de Charly tenía entonces un blanco muy evidente: una nueva generación que ya empezaba a ser atendida y mimada por los sellos discográficos (Duki estuvo acompañado por una orquesta sinfónica en esa performance), una generación menos enfocada en el estudio de las armonías que en las posibilidades musicales de una laptop y una conexión a internet. Un panorama en el que el trap se movía a sus anchas. Chicas y chicos con ganas de decir cosas vía Instagram sin pasar por escuelas de canto. El terreno comenzó a ser digital, en el sonido y en las relaciones sociales.
Hoy el trap argentino llena estadios, se escucha en todas partes y sale en los sitios especializados de medio planeta. Si uno busca hoy la lista Top 50: Argentina de Spotify, en los primeros lugares va a encontrar nombres como Tiago PZK, María Becerra, Milo j, LIT killah, Nicki Nicole y Callejero Fino, todos artistas de música urbana. Las miradas desconfiadas al fenómeno pueden ser atendibles, pero no dejan de soltar cierto aire conservador. Porque hablamos de una industria que mueve millones (de personas, de reproducciones, de dólares) y, lo que tal vez sea más importante, ha generado una nueva cultura vernácula, como en su momento fueron el folklore, el tango o el rock.
Origen y evolución del trap argentino
Además de sus ídolos, el trap surgido en Argentina tiene su jerga, su sonido, su mirada del mundo y hasta sus propios templos paganos, pese a ser algo relativamente nuevo. La casona de Villa Crespo en la que vivieron durante un tiempo Duki, YSY A y Neo Pistea, tres pilares iniciales de la movida, se vende como «la cuna del trap argentino» ni un anzuelo para turistas. Y no es un decir: entre 2017 y 2018 el trío hizo fiestas y reuniones en ese lugar a donde llegaban sus amigos y primeros fans para pasar el rato y grafitear la fachada. A tal punto fue influyente ese sitio que el propio YSY A decidió titular su álbum debut con el nombre y numeración de la casa: Antezana 247. Terminado el contrato de alquiler, los dueños del inmueble vivieron un tiempo allí y en 2023, revalorizado por el paso de los traperos, lo pusieron a la venta: de acuerdo a la web de la inmobiliaria que la comercializa cuesta ochocientos cincuenta mil dólares.
Si el beef de Charly en los Gardel llevó al trap a su atención masiva, más allá de su target natural, es obvio que la cosa se venía cocinando desde hacía tiempo. Existen varias versiones sobre su origen pero la más repetida es la que ubica a El Quinto Escalón, la competencia de freestyle que se hacía en Parque Rivadavia entre 2012 y 2017, como el big bang del trap nacional, el que vio nacer a los Modo Diablo (el trío de la casona) y también a figuras que hoy tienen alcance internacional, como Wos, Paulo Londra, Trueno o Lit Killah.
Esas batallas de improvisación le dieron kilometraje y popularidad a los raperos, un envión que usaron para después editar su propia música. En esa jugada el flow era importante, por supuesto, pero también necesitaban aliados en las perillas. Porque las letras pueden ser ingeniosas y decir muchas cosas, pero para llegar a las fiestas y los parlantes del mundo hacen falta algunos ingredientes mágicos, como los bajos ácidos y el ritmo monótono propios del trap, o el beat cachondo del reguetón. Y allí entraron a la cancha los productores, que lejos de tener una presencia fantasmal en las grabaciones (algo que evidentemente ocurre en otros géneros), en la música urbana son otras de las figuras centrales, nombradas en medio de los tracks.
En Argentina, el productor que simboliza ese cambio de status es Bizarrap, el Biza, «el argentino más escuchado del mundo» si nos guiamos por los números de las plataformas digitales (tiene más de cuarenta millones de oyentes mensuales en Spotify, una cifra que lo ubica en el top 100 global). Aunque arma bases musicales y no rapea, su mito de origen también está vinculado con El Quinto Escalón, ya que era un asiduo concurrente a las competencias y luego subía a su canal de YouTube videos en los que compilaba bloopers y remixaba algunas batallas.
Bizarrap, mucho más que un productor
Estudiante de marketing y curioso de los software de producción desde muy chico, su gran salto se dio cuando empezó a aliarse con artistas para grabar sus Freestyle y Music Sessions en una habitación de su casa en Ramos Mejía, otro punto mítico del mapa urbano del país. En los últimos años trabajó con raperos emergentes —a los que llevó a otro nivel de exposición—, artistas en el momento más álgido de sus carreras y también con leyendas de la industria. El hilo conductor de sus sesiones es la música urbana, un concepto paraguas que incluye muchos estilos, de modo que Bizarrap no está casado con ningún género: ha producido bases de trap, pero también reguetón, EDM y latin house, entre otros sonidos.
Aunque tuvo participaciones estelares en festivales, su primer espectáculo como solista tuvo lugar recién en abril pasado. Fueron tres noches consecutivas (unas veinte mil personas en cada una) en el Hipódromo de Palermo con un show fastuoso, pantallas gigantes que proyectaban visuales de enorme resolución, juegos de luces y un sonido avasallante, similar a los sets que ofrecen los djs superestrellas que oscilan entre el pop y la electrónica.
El look de Bizarrap ya es una marca registrada: grandes anteojos oscuros o espejados, camperones o hoodies y una gorra que lleva bordada la sigla BZRP. No sería correcto calificarlo como un artista enigmático, pero es evidente que maneja su imagen, sabe cuándo tirar un tuit o una story para que impacte y habla poco de su vida privada. En su reciente participación en Paren la mano, que comanda el popular humorista y streamer Luquita Rodríguez, Biza se reconoció como un all nighter, que en la jerga del programa sería alguien que pasa la noche solo en su casa, navegando por internet y yendo cada tanto a la heladera para buscar algún snack y recargar el vaso con cocacola.
Bizarrap da pocas notas y las elige con atención. «Me pareció una persona muy reservada. Creo que de ahí viene la cuestión de las gafas y la gorra, para proteger su privacidad», me comenta Emilio Zavaley, el periodista que lo entrevistó para la portada de Rolling Stone Argentina en su edición de agosto de 2021. «A la vez es alguien atento a lo que está haciendo cada uno de sus colegas. En Bizarrap veo a un pibe que la pensó, la construyó y también le sale natural ser así».
Esa construcción tiene algo de mímesis, ya que se adapta al invitado en cada una de sus colaboraciones: el aliado perfecto de Quevedo para crear el hit del verano europeo, el amigo que alienta a Paulo Londra después de atravesar momentos difíciles, el científico sonoro que aprovecha los talentos emergentes o el cómplice de las estrellas cuando estas andan con ganas de armar lío, como ocurrió en las sesiones de Residente y Shakira. Si bien cada nuevo lanzamiento genera gran expectativa, la sesión de la colombiana, la #53, fue un bombazo que traspasó las plataformas digitales para impactar de lleno en programas de chimentos, en debates feministas y así escalar hasta el programa de Jimmy Fallon, meca del entretenimiento gringo.
Claro, ellos sabían que jugaban fuerte: luego de las infidelidades de Piqué y la posterior separación, Shakira quería venganza y fue a buscarla al laboratorio de Bizarrap, en el partido bonaerense de La Matanza. De allí surgió ese himno despechado que volvió a ubicarla en los rankings mundiales, que regaló frases sin medias tintas («Cambiaste un Ferrari por un Twingo») y produjo memes inolvidables, todo sacudido por el electropop irresistible que le imprimió el joven productor.
En relación al impacto de la música de Bizarrap, Zavaley destaca la intersección entre el rap y la música que consumió de joven al momento de armar una propuesta. «Biza se forma con Skrillex, con Flume, con toda la explosión de la EDM y moombahton. Y encuentra en el rap una cuestión generacional, centennial, que lo lleva a consumir eso y descubrir que ahí había mucho potencial».
Características del trap argentino
¿Bizarrap trabaja una fusión que antes no existía? No necesariamente, aunque supo cómo aprovechar el estallido y la popularidad de los géneros urbanos. Llegado este punto, vale preguntarse entonces si el trap argentino tiene sus propias características, algo que lo diferencie del que se hace en otros países. Para ello me contacto con Luvclap, mitad del dúo Hot Plug Beats, los productores detrás de algunos éxitos de artistas como Frijo y Londra, quien considera que sí, efectivamente, hay algo que lo vuelve distinto. «A mí me gusta mucho el trap yankee, y en su momento me sorprendió que el trap argentino fuera más cancionero. Tiene más que ver con Viejas Locas que con Migos».
Su mención al trío de Georgia no parece casual. Migos es responsable en buena medida del estallido del trap a nivel mundial, fundamentalmente a partir de su primer hit, «Versace», de cuyo lanzamiento acaban de cumplirse diez años. El fraseo de Quavo, Offset y Takeoff en ese track instaló un estilo para rapear, conocido como triplet flow, que consiste en dividir un beat en tres notas en lugar de dos o cuatro. Ellos no lo inventaron (ya lo usaban otros artistas de hip hop) pero lo actualizaron, lo volvieron adhesivo y lo llevaron a otro nivel. A partir de allí, todos querían rapear así. Ese flow saturó los rankings de Estados Unidos al punto de que Snoop Dogg, una leyenda del rap, dijera en una entrevista que ahora todos sonaban iguales, y remedó el triplet mientras sostenía en una mano su joint característico.
Pero volvamos a la lectura local que hace Luvclap: «Cuando empezó el primer boom del trap argentino, con temas como «She don’t give a FO» (un track de Duki con producción de Omar Varela), fue algo re loco: era trap, pero eran canciones, con más melodías. Estaban cantadas, eran letras de desamor. En Centroamérica se venía haciendo un poco eso, pero con temáticas distintas. Acá era más al estilo del rock pop argentino, en Centroamérica era más yankee».
«Gran parte de lo que se conoce como el sonido del trap argentino tiene mucho que ver con Omar Varela», agrega después. «Tiene un sonido más EDM y dubstep, al menos en esa primera explosión. Si te ponés a escuchar, está muy lejos del sonido del trap estadounidense. Acá hay alguien que canta».
Ahí vuelve a aparecer el autotune, la herramienta que permite manipular las voces y que tanto fastidió a Charly García. «Es un instrumento que le dio voz a esta generación de artistas argentinos. Tenían muy buenas ideas y algo para decir, y al comienzo esto les sacaba el problema técnico de no saber cantar», dice Luvclap. «Pero después lo usaron de otras formas, como un recurso más, y lograron un sonido único. Cuando alguien ahora consume música urbana, ya está esperando escuchar autotune».
Y en ese proceso los productores resultan fundamentales. Si Bizarrap y Omar Varela son los centros solares de la galaxia trapera, hay otros planetas importantes que han dado lo suyo también, nombres como Evlay, Nico Cotton y Big One. También hay muchas mujeres fuertes en la escena (Cazzu, Nicki Nicole, María Becerra, Nathy Peluso, solo por nombrar las más populares), pero se trata de cantantes o raperas, aún no hay demasiadas que dejaron su marca en el terreno de la producción. De todas formas, puede tratarse de algo momentáneo. Nada impide que el próximo gran hit de la música urbana argentina lleve firma femenina en los créditos.
De hecho, todo parece posible. Aunque el trap ya está fuertemente instalado en la región y con proyección internacional, también da la impresión de que esto recién comienza a despegar. El futuro parece abierto más que nunca a esta música, creada por chicos y chicas que no pasaron por un conservatorio pero con muchas ganas de mostrar cómo suena su generación.
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