La belleza es simple

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CULTURA EN MORELOS

 

Al quehacer de un artista siempre lo habita la soledad; crear es una actividad solitaria. La inmersión en las ensoñaciones, la reflexión y el despertar creativo surgen frente al papel o el lienzo en horas sin fecha, en momentos que no avisan; la lucidez aparece después de muchos días de trabajo, de esmerada exploración. Las musas son un mito, la originalidad y la belleza brotan cuando las buscas, la gestación de una verdadera obra de arte toma su tiempo.

Así imagino a Luis, encerrado en su taller investigando mientras aplica técnicas en las que los resultados coincidan con su intuición, sin rebuscamientos. La mirada puede hacer evidente una palmera, la ve y se concilia con la naturaleza, pero cuando la observa con mayor detenimiento descubre formas y vetas que trasmutan en sensaciones; la simbiosis del signo, la permuta con el símbolo, el hallazgo de nuevas lecturas surge cuando ves con los dos ojos: los que ven y los que expresan.

Sus obras son piezas en las que la textura nos descubre una rica gama de tonalidades y, con un diestro manejo del pincel o de la espátula, arroja líneas y aplica veladuras para construir piezas de un rojo cálido y luminoso, otras verde hierba, amarillos terrosos o sombreados. El manejo que tiene del blanco atestigua una vigorosa experiencia. Son lienzos y papeles que atestiguan un trasiego convertido en madurez. 

Reencontré a Luis Gal hace poco, y para vernos nada mejor que visitarlo en su lugar de trabajo. Él, al igual que yo, vivimos ahora en Morelos, pero eso no importa, pues cuando el interés brota sin prisa una charla corre sin tropiezos, y la conversación recae en nuestros afanes: la pintura.

Sé que la vida lo ha llevado a ciudades lejanas a su país, y eso quizá resulte en que su trabajo no sea por todos conocido, pero también reconozco que la labor de un artista oscila entre las artimañas del mercado y los intereses de las galerías; lamentable, puesto que hay algunos creadores por todos conocidos pero de escasos recursos plásticos, y otros que, sin necesidad de proyectar sus dotes y virtudes, son reconocidos por aquellos que observan con detenimiento; hoy Luis está entre ellos.

Luis habla con la mirada del artista, dialoga con la experiencia del observador, la destreza del dibujo y la humilde calidez del color. Sus obras poseen una delicada emulsión con formas y cuidadas siluetas; observo espigas en movimiento, montañas y caudales, un par de flores rojas a ras de tierra y pétalos volando; ciénegas y bosques, nebulosas grisáceas, temporales; flores blancas con corolas quebradas, perfectamente equilibradas. En las piezas de Luis hay una poderosa sencillez, son un avistamiento silvestre sin semántica; la belleza no razona, se percibe y goza.

Luis ha radicado en Francia y México, su actividad incluye múltiples exposiciones y algunas residencias. El dibujo fue ante todo la matriz mediante la cual se convirtió en hijo de la pintura, del color y del trazo. Y en su permanente búsqueda juega con el cuerpo humano. En sus manos la mujer adquiere un tamiz peculiar; los escorzos y siluetas no son académicas, son dibujos a tinta que dotan al cuerpo femenino de una poderosa sensación anímica; la desnudez no siempre expresa sensualidad, pero en las monotipias de Luis se percibe una extraña exquisitez, son siluetas que estimulan interpretaciones muy personales. Luis Gal no decreta en sus obras, ellas nos sugieren y provocan, es esa sutileza que se percibe cuando lo obvio queda atrás y lo evidente es una mascarada.

La obra de Gal espera al espectador acucioso, el espacio idóneo, al otro, ese que sabe que una obra de arte es una ventana con múltiples horizontes, abanico de sensaciones y gruta de riquezas. Hoy agradezco haber retomado mi lazo con él, pues al mirar su trabajo surge un clamor que solo aparece frente a obras originales, bellas: poseerlas.

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