La iluminación de tu casa puede afectar (y mucho) a tu estado de ánimo

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A nadie se le escapa que la luz está estrechamente relacionada con el estado de ánimo. De hecho, no solo con la actitud, también con la felicidad. Esta creencia no es baladí, ya que hay muchos estudios científicos que lo demuestran. Y es que las horas de sol al día condicionan en gran medida el estilo de vida. Por ejemplo, en España, uno de los países con más horas de cielos despejados, la vida se hace de puertas para afuera: en las terrazas, en los parques, en las playas, en las montañas… Sobre todo en verano, pero no deja de ser una de las bases de la vida mediterránea durante todo el año, al contrario de lo que ocurre en los países del norte de Europa, donde la gente ocupa más tiempo de puertas para adentro. Incluso se podría decir que tienen una vida más solitaria, en gran parte porque en los meses de invierno el sol apenas asoma unas horas al día. A veces, ni eso. Este es uno de los factores que explican que tengan las tasas de suicidios más altas del continente.



Pues hay una explicación científica- para todo esto. Diversos análisis prueban que el cuerpo humano es incapaz de producir vitamina D si no está expuesto al sol porque, aunque hay alimentos que la contienen (como los huevos, la leche o pescados como el salmón) es muy difícil lograr el aporte necesario solo por esta vía. Este nutriente es vital para la salud porque repercute de forma directa en la absorción del calcio y el fosfato de los alimentos, lo que mejora el estado general de los huesos y de los músculos. Otros estudios dicen incluso que la luz natural refuerza el sistema inmunológico.

Pero el poder del sol va más allá: ayuda al cerebro a aumentar la liberación de la serotonina, también conocida como ‘hormona de la felicidad’. Entre otras cosas, tiene la capacidad de disminuir el estrés y aumenta la concentración. Su falta está relacionada con algunos tipos de depresión.

En definitiva, la luz es vida. Y es tan importante dentro como fuera de casa. De eso se dio cuenta mucha gente durante el confinamiento provocado por la pandemia de coronavirus. Los afortunados que tenían una terraza o un pequeño balcón donde salir a tomar el aire fueron un poco más felices durante esos fatídicos meses de 2020. En el lado contrario se sitúan aquellos que vivían en pequeños pisos en los centros de grandes ciudades, como Madrid o Barcelona, esos por los que se paga la mitad del sueldo para vivir en apenas 40 metros cuadrados. Además, en muchos casos dan a patios interiores que esquivan la luz del sol. Para ellos fueron tres meses de pesadilla.



Una luz para cada momento

Y es que el cerebro reacciona de formas muy diversas a los distintos tipos de luz. Por ejemplo, ante una luz fluorescente se pone alerta. Es justo el efecto contrario que se consigue cuando incide una luz con tonos anaranjados: es más confortable e invita al descanso, por lo que siempre es una buena idea ambientar así los dormitorios o los salones.

Pero los efectos van más allá. Tal y como explica Sally Augustin, experto en Psicología del diseño, la luz no solo influye en la salud mental, sino también en la forma de pensar y de comportarse: “La luz natural es como una medicina mágica. Mejora el humor, el rendimiento del cerebro y las habilidades sociales”. ¿Por qué? La razón es que está detrás del correcto (o mal) funcionamiento de los ritmos circadianos. Es decir, influye en el descanso, en la calidad del sueño, en el ritmo cardiaco, en la presión arterial, en la temperatura corporal, en la liberación de hormonas…

Un estudio de la revista Building and Environment, firmado por Javiera Morales Bravo y Pablo Navarrete Hernández, expertos en Arquitectura de la Universidad de Chile, va más allá y afirma que contar con luz natural en todas las estancias del hogar mejora el bienestar emocional.

Aprovechar los recursos

Lo más importante es tener claro que las fortalezas del hogar hay que potenciarlas. Y hacerlo es muy sencillo, no se necesita mucho dinero, sino unos conocimientos básicos. Por ejemplo, siempre es mejor pintar las paredes en tonos claros y cálidos. Lo mismo que los muebles: si se escogen puertas de madera oscura, habrá que contrarrestarlo con un armario y una cómoda de color blanco. También son muy importantes las cortinas: escoger unas demasiado opacas pueden apagar del todo una estancia. En el caso de los dormitorios, influye y mucho la ropa de cama, los cojines o las alfombras. Los tonos beige son un acierto seguro. Y todo mejora si está recogido, si no hay trastos por el medio.



Aunque hay pautas que sirven para todas las estancias, es cierto que cada una tiene sus particularidades. Por ejemplo, siempre es buena idea dejar la ventana desnuda en la cocina, siempre que esto no esté reñido con la intimidad. En el caso de los pisos más bajos puede resultar algo más complicado, pero no es imposible. Hay otros dos elementos que engañan al cerebro y logran que una estancia parezca que tiene más luz de lo que parece: las plantas y los espejos. Ambos contribuyen a crear una estancia más agradable.

Eso sí, hay que tener en cuenta el extremo contrario. Hay mucha gente que necesita estar en completa oscuridad para conciliar el sueño. Y aquí los españoles jugamos con ventaja. Aunque parezca mentira, las persianas no son igual de populares que aquí en el resto del mundo.

La iluminación artificial

En este sentido, la tecnología también es una gran aliada. La eclosión de los hogares inteligentes han vuelto habituales las luces cuyo color e intensidad se puede regular desde el teléfono móvil. Las hay de muchos precios, incluidas opciones asequibles para casi cualquier bolsillo. De esta forma no solo se puede escoger una configuración determinada para cada estancia, sino que también se puede regular para que cambie conforme pasa el día. Asimismo, es posible adaptarla a la actividad que se esté desarrollando en cada momento, ya que no es lo mismo estar en pijama en el sofá para ver una película que utilizarlo para pasar la sobremesa tras una cena de amigos.

Una estancia a la que se le debe cuidar con especial mimo es el baño. La explicación es sencilla: la luz condiciona la manera en la que nos vemos. Todo el mundo ha aprovechado un momento de buena luz, por ejemplo el atardecer, para hacerse una fotografía en la que luego se ve especialmente favorecido. Por eso la estancia en la que nos duchamos, nos arreglamos y nos maquillamos debe estar correctamente iluminada. Las bombillas no deben desprender una luz ni demasiado blanca (que realza los defectos y no se corresponde con la realidad en la calle) ni demasiado naranja, porque puede provocar una catástrofe a la hora de aplicarse la base de maquillaje o las sombras de ojos.

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