La trágica vida de la primera súper modelo negra: su belleza única, el racismo rampante y una sobredosis fatal

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Donyale Luna fue la primera súper modelo de color. Su vida fue breve, intensa y trágica
Donyale Luna fue la primera súper modelo de color. Su vida fue breve, intensa y trágica

Promedia la década del sesenta en Londres. Un restaurante de lujo. Entra alguien. Su sola presencia hace que el resto de los comensales dejen de atender a sus platos, que abandonen sus conversaciones. Se giran a mirarla. Es una mujer. Joven, alta, hermosa. Negra. Su belleza, su presencia, deslumbra. El vestido corto hace lucir las piernas que parecen salidas de un Giacometti. Los rasgos delicados, personales, exóticos. La actitud avasalladora. Y los ojos: parecen una enorme almendra, una lágrima acostada de color caramelo, dibujados por Picasso. Parece un espejismo. La gente, de manera espontánea, comienza a aplaudir. Tanta perfección, tanta belleza, debe ser reconocida.

Donyale Luna fue una Súper Modelo cuando la palabra, la categoría, todavía no existía. Fue la primera modelo en quebrar la barrera del color. La que logró encabezar desfiles, salir en la tapa de las revistas de moda más importantes, elegida por los diseñadores más importantes. Protegida de Richard Avedon, preferida de Paco Rabanne y Balenciaga, musa de Salvador Dalí quien la llamó “la reencarnación de Nefertiti”. Fue dirigida por Fellini, Otto Preminger y Andy Warhol. Tuvo romances con celebridades: Brian Jones, Klaus Kinski, Terence Stamp, Maximilian Schell, entre otros. Su esplendor fue breve, demasiado breve. Su historia terminó en tragedia. Murió a los 33 años por una sobredosis de heroína. Hacía bastante que su mejor momento había pasado.

HBO acaba de estrenar un documental sobre su vida. Se llama Donyale Luna: Supermodel. En él se recorre su vida. Participa su hija Dream de 44 años, la que sólo tenía 18 meses cuando su madre murió. La mujer no sólo brinda su testimonio, también le presta la voz a su madre: lee fragmentos de las cartas que Donyale escribió a sus amigas y de los apuntes y diarios personales que fueron encontradas a su muerte.

La primera portada en la que apareció fue la de Harper's Bazaar. Causó un escándalo. Muchos suscriptores se bajaron y varios anunciantes quitaron sus avisos.
La primera portada en la que apareció fue la de Harper’s Bazaar. Causó un escándalo. Muchos suscriptores se bajaron y varios anunciantes quitaron sus avisos.

Su nombre verdadero era Peggy Ann Farmer. Ella no sólo se cambió el nombre, no sólo adquirió una nueva identidad para su carrera. El movimiento fue mayor, mucho más radical. Creó un alter ego. Donyale Luna no tenía el pasado de Peggy. Ni siquiera hablaba como ella. Desarrolló un acento extraño, personal, que no provenía de Detroit ni de ningún otro sitio en el que haya vivido. También modificó su linaje, dijo que tenía ancestros de culturas tan diversas (afros, mexicanos, irlandeses, polinesios), que esa mezcla fue lo que produjo un resultado tan único. Fue una construcción, una faceta más de ese personaje que pergeñó, en el que se convirtió. Una mujer intrigante, sofisticada, con la combinación perfecta entre lo etéreo y lo profano.

Se crió en Detroit. Sus padres se peleaban constantemente. Cuatro veces se separaron y cuatro veces volvieron a estar juntos. Peggy –todavía no soñaba con ser Luna- quería ser actriz. Participaba en grupos de teatro y representaba obras en su colegio.

Nadie en Detroit pensaba que yo era linda. Estaba avergonzada de mí misma. Sólo quería ser normal”, dijo alguna vez. Quería ser como las demás pero era muy diferente. El primero que se dio cuenta fue el fotógrafo David McCabe, su descubridor. Le propuso hacer una sesión de fotos. Luego el que la llevó a trabajar con él fue Richard Avedon. No hizo el cursus honorum, no subió peldaño por peldaño. No tuvo que sufrir rechazos, postergaciones en castings eternos, ser postergada por colegas, ocupar un lugar subalterno en un gran desfile. Su carrera despegó de inmediato.

De ser descubierta a la tapa de las revistas. La primera fue la de Harper’s Bazaar en 1965. Ahí aparece dibujada, el color de piel está disimulado. En el interior una gran producción de 8 páginas con sus fotos. Era los tiempos de las luchas por los derechos civiles, de las batallas constantes contra la segregación. Donyale llegó a la portada cuando nadie lo esperaba, ni siquiera ella. Los lectores no lo tomaron demasiado bien: no aceptaban que el paradigma de la belleza fuera una joven de color. Hubo una caída de suscripciones, varios kioscos devolvieron la publicación, muchos anunciantes retiraron sus anuncios. Un disciplinamiento.

Fue la primera modelo de color en llegar a la portada de las revistas de moda más importantes del mundo.
Fue la primera modelo de color en llegar a la portada de las revistas de moda más importantes del mundo.

Al poco tiempo se instaló en Nueva York y era muy demandada para trabajar. En esos primeros días en Nueva York, no pasó desapercibida. En una carta a una amiga de su infancia, escribió: “Nueva York es un sueño. Un hombre se puso a bailar para mí en medio de la Quinta Avenida, a lo largo de todo Broadway los hombres me miran, me chiflan, me dicen piropos y hacen cosas que son increíbles. Me están lloviendo trabajos”. Después escribió, con letra segura, una premonición, una profecía: “Te voy a mandar una foto de la nueva yo. Voy a llegar a la cima del mundo. Lo siento en mi cuerpo, lo sé. Pronto voy a ser una especie de estrella. Muy pronto”.

Donyale se mudó a Londres. Allí reinó desde su llegada. En poco tiempo fue tapa de la edición británica de la revista Vogue, la primera modelo de color en lograrlo. La foto se volvió un ícono. Un primerísimo primer plano, la mano cubriendo gran parte de la cara, dos dedos abiertos, como haciendo una v, y su ojo.

Londres se mostró como el lugar ideal para desarrollarse y darse a conocer. No era Londres, era el Swinwing London: los Beatles, los Stones, la minifalda, Mary Quant, los artistas.

En cada aparición se la veía rodeada de celebridades: Jagger, Julie Christie, Michael Caine. Por lo general no aparecía sola; lo hacía acompañada por Christianne, su perra maltés, con los pelos blancos y delgados rozando el suelo.

En Londres se convirtió en una estrella. Su presencia en la noche londinense era frecuente. Aparecía rodeada por muchas celebridades. Con su participación en el Rolling Stones Rock'n'Roll Circus Show conoció a Brian Jones. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)
En Londres se convirtió en una estrella. Su presencia en la noche londinense era frecuente. Aparecía rodeada por muchas celebridades. Con su participación en el Rolling Stones Rock’n’Roll Circus Show conoció a Brian Jones. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

Pero debe quedar claro que la elección de Londres como ciudad de residencia y como lugar para el despegue de su carrera no se debió a una decisión de Luna. Los caminos en Estados Unidos se le cerraron una vez que los que decidían se recuperaron de la impresión que provocó su irrupción. Avisadores amenazando con quitar pauta, dueños de revistas impidiéndole a Avedon seguir trabajando con ella, diseñadores que la bajaban de los desfiles a último momento debido a las presiones. A Paco Rabanne un periodista lo escupió en la cara porque ella encabezaba la presentación de una colección. Las revistas de moda no mostraban la belleza de las chicas negras. Luna chocó de frente con la barrera del color, con el racismo rampante.

Sin embargo, Luna nunca fue una activista de los derechos civiles ni se quejó del trato discriminatorio que recibió muchas veces. En alguna ocasión declaró: “Es probable que mi presencia en los medios, que mi carrera mejore la situación de algunos integrantes de las minorías, que limite la segregación. También puede ser que no. Si así fuera, me alegraría. Pero en realidad, no me importa en lo más mínimo”.

Ella quería ser distinta a todos. Por eso jugaba con sus orígenes y sus linajes múltiples. Quería mostrarse como alguien ambiguo racialmente, que no fuera encasillado, que fuera único.

En medio del vértigo el triunfo llegó la tragedia. Hacía pocos meses que Donyale era conocida cuando un llamado telefónico la despertó. Desde el otro lado del océano, desde su casa, llegó una noticia terrible pero que, en cierto punto, no la sorprendió. Su madre había asesinado a su padre; le disparó en medio de una feroz discusión de pareja, en la que él, borracho, trató de agredirla una vez más. La justicia exoneró a la mujer: defensa propia. Donyale no regresó a Estados Unidos, ni a despedir a su padre, ni a ver a su madre, ni a confortar a sus hermanos. Siguió en Londres, trabajando, divirtiéndose. Era otra, se había escapado de ese infierno, ya no iba a mirar para atrás.

Donyale Luna fue elegida para la tapa de varios discos de Blue Note, el legendario sello de jazz
Donyale Luna fue elegida para la tapa de varios discos de Blue Note, el legendario sello de jazz

A fines de 1966, la revista Time le dedicó un artículo que tituló El año de Luna. Sostenía que tenía un cuerpo celestial y que era la modelo más deslumbrante de Europa. Y afirmaba que “debido a su impactante singularidad, promete permanecer en lo más alto por mucho más que una temporada”.

Pat Cleveland, modelo y amiga de ella, dijo que Luna no tenía pechos pero que a nadie le importaba, que casi nadie lo notaba “porque ella tenía presencia”.

En la pasarela no sólo se imponía por su figura. Cada vez que ella pasaba un vestido se ponía en marcha un breve happening, una actuación. Siempre había aspirado con convertirse en actriz, una de El Método: ahí desarrollaba su vocación. Donyale gateaba, reptaba o saltaba sobre la pasarela. Caminaba y de repente se congelaba, enfrentando, desafiante, a los periodistas. Podía interrumpir la pasada para realizar un paso de baile, alguna contorsión o dirigirse a alguna celebridad ubicada en la primera fila. En ocasiones se movía como un robot. Nadie sabía qué podía suceder. Cada una de sus intervenciones era poco convencional, un espectáculo excéntrico.

El consumo de drogas, que terminaría acabando con su vida, se salió de control muy pronto. En Londres descubrió el LSD. Sus viajes lisérgicos se convirtieron en legendarios. Tenemos un parámetro de sus adicciones: en 1969 estuvo en pareja durante un tiempo con Klaus Kinski, el salvaje actor, fetiche de Werner Herzog. En sus memorias Yo Necesito Amor, Kinski cuenta que debía echar de su casa de Roma a Donyale y a su entorno porque el consumo de drogas estaba totalmente descontrolado. Y eso es mucho si el que lo dice es uno de los seres más desbocados que habitó el mundo del cine.

La adicción, inexorablemente, afectó su trabajo. Comenzó a llegar tarde a las sesiones, a no acudir a desfiles, su aspecto se deterioró, también las relaciones con sus compañeras y con fotógrafos, diseñadores y editores.

HBO MAx acaba de estrenar un documental que narra la vida de la modelo. Su hija Dream, de 44 años, pone voz a cartas y diarios personales que dejó Donyale
HBO MAx acaba de estrenar un documental que narra la vida de la modelo. Su hija Dream, de 44 años, pone voz a cartas y diarios personales que dejó Donyale

Hubo otro factor que influyó en su alejamiento de las pasarelas. El mundo de la moda ya le parecía poca cosa. Deseaba triunfar en el cine. Se propuso convertirse en actriz. Actuó en varias películas: el Satiricón, de Fellini, Blow Up, de Antonioni, Skidoo, de Otto Preminger, varios de Andy Warhol. También participó en el Rolling Stone Rock & Roll Circus. La cámara amaba esa belleza exótica y exclusiva.

Acaso haya sido la mujer más fotografiada de los últimos años de la década del sesenta. Epítome de lo cool protagonizó varias tapas de discos de Blue Note, el legendario sello de jazz: Lush Life de Lou Donaldson, Mustang de Eric Dolphy, A New Conception de o Easy Walker de Stanley Turrentine de Sam Rivers, entre otros.

Donyale Luna en El Satiricón de Fellini (Reuters)
Donyale Luna en El Satiricón de Fellini (Reuters)

Después de Londres, cuando los trabajos escaseaban, cuando su vida se había vuelto difícil, se casó con un fotógrafo italiano, Luigi Cazzaniga. Tuvieron una hija a la que llamaron Dream en homenaje a la célebre pieza oratoria de Martin Luther King I Have a Dream.

El 17 de mayo de 1979, en medio de la madrugada, fue llevada de urgencia al hospital. La encontraron en su casa, desvanecida. Apenas ingresó los médicos, supieron que no había demasiado por hacer. Una sobredosis de heroína había terminado con su vida. Tenía 33 años. Parecía de muchos más, los excesos habían ajado su belleza.



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