Máquina de Fa(o)llar

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¿Era necesario que Milly Shapiro fuera decapitada en Hereditary? A lo mejor, lo que no entiendo es que Argentina haya votado por un personaje que dijo: “No voy a disculparme por tener pene”, en televisión nacional.

Lo que puedo entender más o menos es la crisis en la masculinidad que no va directamente ligada a la pregunta “¿Me dirán gay por usar una tote bag?”. Va más allá, algo internalizado y profundamente asintomático que dio paso a personajes que buscan orientar a más hombres mediante curiosos consejos.

En la semana de mi cumpleaños volví a ver las películas de David Fincher, en parte víctima del trance de Netflix con The Killer, en parte porque no tenía mejor cosa que ver. Cuando llegué a El Club de la Pelea (1999), más o menos lo pude entender.

“Las cosas que posees terminan poseyéndote”, pega distinto cuando uno apreciaba los elementos punk-vandálicos de la película y no el mensaje de consumismo que aparece al principio y esboza una filosofía sobre las prácticas de los hombres civilizados que nunca estarán tranquilos hasta que se rebanan un diente en el pavimento.

Tengo más edad de los dos ‘check points’ programados en la mente del hombre: Los 27 y los 33, una esperada muerte en la cumbre del propósito místico, como si cada vida tuviera que ser algo o alguien en algún momento de la trascendencia humana para a final de cuentas sentirse efectivo, como lo pide el capitalismo. Sin embargo, sobre morir, quién se fija y a quién le importa.

Soy el Spotify Wrapped sin sentido de Jack.

“En un mundo de nichos, estamos condenados a nuestras preferencias de consumo”, escribió Mark Fisher en un capítulo donde aborda el neoliberalismo y la manera en que ahora escuchamos música basados en nuestro propio algoritmo, crecido o alimentado en base a nuestra felicidad, tristeza, alegría o desesperanza.

De igual forma a nuestra música, los contenidos que escuchamos, las frases (des) motivacionales que buscamos escuchar son en parte un producto no artístico que nació a partir de una necesidad de terapia, una para enfrentar nuestros fracasos en la competencia del mercado.

Los creadores de videos o promoventes de mensajes que alientan el regreso a la masculinidad clásica, el “círculo rojo”, llamado así por un hombre con el que hablé una noche, por alguna razón, llena de humo, son los que simulan conocer la verdad del actual ‘establishment’, donde para las mujeres, los varones no son una necesidad, ni siquiera erógena.

Pero de nuevo, en ‘No hay romance sin finanzas’ de Los Fantasmas de mi vida, Fisher retoma un estudio que revela que las mujeres no están dispuestas a perder una independencia que tanto les ha costado ganar. Y el mercado masculino se creó una antítesis bajo un peluquín multicolor.

¿Es machista que conecte más ahora con el Club de la Pelea que antes? A lo mejor, pero a final de cuentas no voy a disculparme por tener pene. 

roberto.carson@milenio.com

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