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Autor : Roberto Restrepo Ramírez / Especial para LA CRÓNICA
Gracias, Cruz Elena y Héctor, por existir.
Don Héctor Uribe Saldarriaga es un poeta antioqueño, oriundo de Andes, que se radicó en Filandia hace más de 20 años y ahora no solo es un adalid de la cultura en mi pueblo natal, sino que es uno de los entrañables amigos. Lo consideramos ya un filandeño más.Con sus 82 años bien vividos me ha contado, con emoción, que su señora madre acaba de cumplir 100 años de vida.Un ejemplo de vitalidad – de la madre y el hijo – que todos deberíamos conocer. Por tal razón, le pregunté sobre ese suceso tan importante de su existencia y la de sus hermanos sobrevivientes, nietos y bisnietos de la matrona, doña Cruz Elena Saldarriaga García. Es hija de Francisco y Emilia.Nacida en un hogar tradicional antioqueño, el 3 de mayo de 1923, su primer nombre obedece a la costumbre del santoral, por haber llegado al mundo el día de la Santa Cruz. Fue la única mujer del hogar, que integraban nueve hijos varones más.
El padre de don Héctor falleció en 1997, a los 77 años de edad.Con nostalgia,el poeta Héctor Uribe lo describe como “un hombre admirable y exacto, su palabra tenía valor preciso, exigente pero comprensivo y enamorado de su esposa como única mujer”.
Añade, que el padre “levantó a su prole, solo,con la ayuda de Dios, como él solía decir, nos dio estudio y era amante de los equinos”. Fue criador, domador y negociante de hermosos y finos ejemplares, además de haberle enseñado a su esposa, como buen caballista que era. Don Héctor termina la alusión a su padre, con una prédica bien importante: “…de él aprendimos a ser gente de bien, sus ejemplos aún están vigentes y lo extrañamos profundamente”.
El diálogo sostenido con el poeta de Filandia se llena de más enternecimiento cuando le pido me cuente más sobre su madre viva, lo cual me compartió en un escrito, que me permito transcribir a continuación, pues considero es un trozo literario de gran valor afectivo. Incluyendo su título – colocado por él mismo – y el cual he querido conservar para la publicación de esta columna de prensa dominical. Así se manifestó don Héctor, el hijo agradecido con la madre centenaria:
“Al nacer la criatura, y llenos todos de inmensa alegría, la llamaron Cruz Elena como reconocimiento a un milagro del símbolo de Cristo, según la madre. Allí la vio crecer natural y fue siendo acogida como una bella flor del campo, mientras se colmaba de alegrías, de arrullos y de mimos aquel hogar cristiano por excelencia. Realizó sus estudios básicos y algunos de secundaria en Medellín donde la tía Rosalía.
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…La chica, muy hermosa conversadora y amable, regresaba a sus lares solo para vacaciones. Hasta que un día se encontró con el joven Carlos Uribe Posada. Y, cambiando
el rumbo de su vida, se enamoró y contrajo matrimonio con el mono Uribe, el 21 de abril de 1940, es decir, cuando solo contaba con 17 años de edad. Pronto iniciaron la procreación alcanzando a tener 15 hijos: Héctor, Aleyda, Rodrigo, Sonia, Ómar, Marleny, Orlando, Martha Elena, Ligia Luz, Jorge, John Jairo, Hernando Alonso, Inés Elvira, Carlos Mario y Adriana, dos de ellos ya fallecidos.En la actualidad tiene 25 nietos y 23 bisnietos. Entre todos ellos, la madre ha repartido un océano de ternuras y amores, sin que su corazón se agote de amar tanto.
..Su vida se fue convirtiendo en un trasegar, entre los instantes que conllevan a la exigencia, lo amoroso y lo permisivo, manejándolo todo con el mismo rasero. Demostraba ello una gran capacidad para manejar un grupo juvenil de diez o más personitas en pleno crecimiento, enseñando y corrigiendo a cada instante.
…Ha sido y sigue siendo una eterna enamorada de su Andes del alma, de su corregimiento Tapartó y de sus gentes. A su edad lee sin gafas, disfruta la poesía y toda clase de lecturas. Hace algunos meses le celebramos el ‘Centenario’ de vida, con un emotivo encuentro familiar, en el que compartió recuerdos y añoranzas con la mayoría de sus seres queridos.
La vimos aquel día cantando, compartiendo y declamando antiguos y desconocidos poemas, haciendo gala de su buena memoria. Dice que la vida se lleva fácil si tienes la conciencia tranquila. Que el amor es la mejor arma para combatir el mal.Que todos somos hermanos, aunque no nos gustemos o tengamos la piel diferente.
…Mis padres fueron buenos lectores, por mucho tiempo en las tardes. Me dio gusto escucharlos leyendo grandes obras que yo no conocía. Me hicieron enamorar de los libros, de la literatura y la poesía. Recuerdo algunos. ‘Crimen y castigo’, de Dostoievski. ‘Los miserables’, de Víctor Hugo. ‘Romeo y Julieta’,de William Shakespeare. ‘La señorita Tormenta y la panadera’, de Xavier de Montépin. ‘El Conde de Montecristo’, de Alejandro Dumas.Y algunos textos colombianos, como ‘La Vorágine’; o ‘Lejos del nido’. No sé realmente, pero creo que sus propios padres eran quienes les recomendaban esas lecturas”.
La anterior, una semblanza que sale del corazón, escrita por el poeta y gestor cultural de mi municipio, que es también el poblado de los afectos de muchos ciudadanos. Con su madre Cruz Elena, como inspiración, es grato encontrar cómo la vena poética se hereda y se multiplica en los versos y la prosa del escritor.
En el mes de agosto, el que se dedica a los abuelos, el homenaje va para todos ellos.Y para la matrona, la figura que la herencia antioqueña nos legó.No todas llegan a cien años como Cruz Elena, pero su pervivencia en las acciones de cada uno de los hijos y demás descendientes, es el modelo a seguir para transformar la sociedad. El conglomerado que respete la sabiduría ancestral y no desprecie a los sabedores de nuestra historia. Eso nos llevaría, también, a convertirnos – como lo manifestó el constructo final titulado “APROXIMACIÓN A UN DOCUMENTO DE IDENTIDAD REGIONAL” (Gobernación del Quindío, Armenia 1998) – en constructores de una sociedad más justa y de ternura social. Y sobre todo, esta última condición, la que no se manifiesta hacia los adultos mayores y provoca, por tanto, la fisura social.
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