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“El gran amor de mi vida soy yo”. Las palabras resuenan con la autenticidad y el poder que solo Moria Casán, La One, puede transmitir. Su presencia marca una huella imborrable en la cultura pop de Argentina y no muestra signos de detenerse.
A punto de volver a sorprendernos con un podcast en el que narrará los secretos de su fascinante vida, regresa con todo a la escena, retomando su icónica silla en el jurado de ShowMatch y continuando con el éxito teatral Brujas.
No es solo la historia de una estrella, es el recorrido de una mujer que, a través de los desafíos y las adversidades, aprendió a amarse y respetarse por encima de todo. En esta charla exclusiva con Teleshow, nos sumergimos en el universo Moria, una mujer que redefine constantemente lo que significa ser una leyenda.
—¿Te sale disfrutar de lo que estás haciendo sin enroscarte con lo que viene?
—El aquí y ahora me sale desde que soy una adolescente porque para eso me construí. Cuando era niña me iba a la cama a pensar qué era el ahora para mí: era ser siempre yo. Tengo una cabeza que nunca paraba para elegirme y para decir qué es lo que quiero, qué es lo que me hace bien, qué es lo que me hace mal. Desde los ocho años que empiezo a pensar mucho, pero desde los 13 hasta los 16 mojé dos cosas en mi vida: mi bombacha por el hormonazo y mi almohada de tanto llorar. Debo haber pasado tres o cuatro años de mi vida llorando para buscar ser yo.
—Y después de tanta angustia, de tanto llorar, te encontraste con vos. ¿Siempre pudiste mantener esta honestidad con quien sos vos hoy?
—Sí. No sé si era angustia. Creo que lloraba más de felicidad.
—¿Siempre fuiste de una manera positiva por la vida?
—No sé si positiva: realista. Me quedo con la desdramatización. Me tocaron vivir momentos bastante duros pero elegí no instalarme en el sufrimiento. El sufrimiento siempre te acompaña porque vas a pasar cosas en la vida, que obviamente te hacen sufrir: pérdidas de seres queridos, cosas que tenés que pasar. Yo no voy diciendo: “Qué linda que es la vida, qué maravillosa”. No soy una escéptica del mundo, pero sobre las cosas malas que me tocaron, que me eligieron para que me pasen, opté por desdramatizarlas. No negarlas ni borrarlas. No me quedé ni con odio ni con saliva venenosa.
—Soltás.
—Aprender a soltar es una construcción. No es fácil. Te construís para deconstruirte. Es una constante renovación celular. Es un laburo de locos, pero ahorré psicólogo.
—¿Te reís de vos misma?
—Obvio. Tengo un gran sentido del humor y el sentido del humor no lo podés tener si no es a partir de vos misma. Porque reírse de los demás a mí no me parece gracioso y son muy pocas cosas las que me causan gracia. Creo que la gente llora por las mismas cosas pero no se ríe por las mismas cosas. Es muy difícil hacer reír, es mucho más fácil hacer llorar.
—Se está por estrenar el podcast de tu vida y sé que hiciste una gran revisión de tu historia. Si tenemos que elegir tres momentos de esa vida, ¿cuáles son?
—Me quedo con la primera vez que decidí no sufrir… Primero, cuando me saqué los celos de mi papá y mi mamá hamacándome como ocho horas. Decidí no ser más celosa. Gran cosa, porque sufría mucho. No quería que ellos durmieran juntos hasta que un día en el campo de mis abuelos me hamaqué, me hamaqué, me hamaqué, dije: “No voy a sentir más celos”, y pude. Tendría nueve años, imaginate la cabeza esa hamacándome.
—Vos sufrías seriamente los celos de tus padres.
—En serio. A nivel de que no dormía en una cama nunca hasta después de que me saqué los celos. Yo dormía en un sillón en el living de mi casa para no dormir en el cuarto porque no quería que mi papá y mi madre durmieran juntos.
—¿Qué te pasaba con eso? ¿Qué era lo que imaginabas? ¿Qué te dolía?
—Supongo que debe venir del abuso que sentí. Lo pienso ahora que lo hablo con vos. Yo sufrí un abuso de parte de un abuelo mío y fue el primer hombre que conocí, no a nivel penetración pero sí a nivel de ver un hombre y sus genitales. Entonces no quería que mi madre y mi padre estuvieran durmiendo porque se ve que había algo ahí.
—Algo de eso que vos viviste, que para vos era el horror.
—No sé si era el horror porque yo sentía asco y placer, porque sentí cosas de placer. Pero no lo podía categorizar en el horror. Sentí que me había pasado algo que no era natural, que había sentido goce y había sentido asco. Entonces, ¿qué digo?: “Si mi padre y mi madre van a dormir y sienten lo que yo sentí, yo quiero dormir en el medio”. Como no me dejaban, dormía sola.
—Vos eras rechiquita cuando pasó todo eso. ¿Sentís en serio que lo sanaste, que lo pudiste sanar sola?
—Sí, tendría ocho años más o menos. No sé si lo pude sanar, creo que sí. En cuanto a seguir y no instalarme en el sufrimiento, no lo sé. Pero en algunas conductas repetitivas que he tenido con cierta toxicidad espiritual, cuando uno repite algunas conductas que no son demasiado buenas para vos, tal vez es porque no pudiste sanar algo. Tampoco lo quiero averiguar porque tal vez estuvo acompañándome el dolor, pero no me instalé en el sufrimiento. Además, elegí siempre estar bien y soy sana. Si no lo hubiera soltado me hubiera envenenado; el pensamiento tóxico te envenena.
—Esa nena de ocho años que había sufrido un abuso, ¿les pudo contar a sus papás lo que había vivido?
—No. Yo se lo conté al periodismo, nunca se los conté a mis padres. No tuve tiempo de racionalizar mi inmediata estelaridad porque enseguida fui figura. Surgía una chica nueva hace casi 50 años que era mona, que tenía cabeza, venían todos a hacerme reportajes y quedaban encantados con el adentro más que con el afuera, aunque era una pendeja. Era mucho teta, culo, carita, “qué mona, qué sexy. ¿Vos te sentís un objeto sexual?”. “No, yo me siento un sujeto sexual y sensual, pero no un objeto. Si vos me ves así a mí no me importa. Es tu circo y son tus monos, no son los míos”. A través de contarles cosas a ustedes, los periodistas, iba descubriendo cosas mías.
—¿En el amor adulto fuiste una mujer celosa también?
—No. No me lo permitía. Pero sí tuve los hombres más celosos del planeta. No sé si yo lo provocaba, no creo que porque soy una mujer muy fiel, soy monógama. Puedo empezar, si veo que el amor se está terminando y el otro no se entera, puede que tenga mi clandestinidad pero no soy una torpe espiritual. No voy a meter cuernos para que el otro se entere que estoy metiendo los cuernos. Si meto los cuernos no se entera nadie. Ni yo. Y cuando lo tengo resuelto, lo duelaré como pueda. Pero si no, soy muy fiel al hombre. He tenido hombres muy celosos siempre y muy competitivos, que una vez que se ponían al lado mío, empiezan a vivir otra vida. Muy pocos pueden no aspirar mi vida.
—Ahora voy a ir a la pareja actual, por supuesto.
—A la pareja actual (Fernando Galmarini) que no tiene ninguno de esos problemas. Es un amor de persona. Un culto. Un brillante. Un hombre de una bondad y de una lealtad y de una nobleza que hace que lo ame.
—Sacando este presente maravilloso, ¿quién crees que fue el gran amor de tu vida?
—El gran amor de mi vida soy yo. No es porque tengo un ego recalcitrante y pasado de rosca. He trabajado todo el tiempo para quererme, lo cual es muy difícil. Quererte, priorizarte y elegirte es muy difícil para no generarte culpa. La madre dice: “Por tu culpa dejé el trabajo”, y el chico no le pidió nacer. Cuando aprenden a quererse viene el síndrome de nido vacío y no tienen qué hacer. El gran amor he sido yo, y creo que el gran amor de mi vida han sido mis padres, que supieron colocar muy bien el amor pese a ser hija única de otras generaciones.
—¿Y Sofía?
—Bueno, ni hablar: ella soy yo. Es mi existencia, mi prolongación. Un hijo no tiene medida. No es mensurable el amor a un hijo. Es una extensión tuya. Sofía; Helena y Dante que son mis nietos. Helena va a cumplir 15 años en octubre. Y Dante va a cumplir 9 en diciembre. Tenemos una familia hermosa gracias a Mario Castiglione, que me dijo: “Yo ya tengo hijos, estoy enamorado de vos y vos tenés que tener un hijo, quiero tener un hijo con vos”. Y yo estaba tan realizada sin ser mamá, estaba divina y soy muy responsable: sabía que venía una responsabilidad de aquellas, que es nada más y nada menos que traer un ser que nadie te pide que traigas. Me costó un poco. Fui mamá añosa. Pero acá estamos, súper feliz de esta familia que supe conseguir.
—No entiendo en qué momento está por cumplir 15 años esa criatura, si nació hace cinco minutos y todavía me acuerdo de verte en Intrusos a los 14 o 15 de Sofía, hablando de su noviazgo.
—Con el de 40.
—Que hoy lo miraríamos distinto.
—No sé.
—¿No?
—No sé. Yo siempre lo vi muy bien a eso. Nunca me pasó nada, nada más que tener la tranquilidad de que estuviera con un hombre mayor, porque en esa época Sofía tenía un gran desbande hormonal, salía de acá para allá. Igual yo la seguía tipo GPS, y me encuentro con un señor hecho y derecho de 39 años, casi 40, médico cirujano plástico, que me viene a pedir la mano de ella, que se amaban y todo. Y yo dije: “Sí, está bien”. Si le hubiese dicho que no, seguramente lo hubiera hecho a escondidas. Nunca me hizo ruido, no sé por qué. Será porque soy muy libre. No pensé nunca que era un abuso. Será porque a mi abuela, mi abuelo, que abusó de mí, la raptó a los 14 años. La raptó. Y a los 24 tenía nueve hijos y se le murieron dos, quedaron siete. Toda la gente de antes, si no se casaba a los 14, a los 16, a los 18… Y yo, se ve que si bien tengo la cabeza súper futurista me crie en esa generación, no me resultó para nada “¡qué asco, ¿cómo dejás a la chica hacer eso?”. Todo el mundo opinó, y a mí me nefrega absolutamente la opinión ajena tanto a favor como en contra.
—Mencionaste recién a Mario Castiglione, le agradeciste tu maternidad.
—A él en un momento lo pude soltar, y no te diría perdonar porque no tengo el don de disculpar, pero pude soltarlo: estaba muy enojada porque él me combatió mucho. Un día me acuerdo que estábamos en un Mercedes mío, que me había comprado gracias a la película de Porcel y Olmedo, andábamos por avenida Libertador. Vivía rompiéndome las pelotas: “¿Cómo pudiste hacer eso con Olmedo y con Porcel?”, como si él hubiera hecho Shakespeare. “Bueno, viejo, no te gusta, el culo donde estás apoyado ahora me lo gané con las películas de Olmedo y Porcel, así que ya te bajás y tomate lo que quieras, el colectivo, un bondi, dejame de romper las pelotas. Y bye”. No nos enojamos pero lo hice bajar del coche. No mi amor, dejame de joder con mi pasado y lo que hice, lo que no hice. Son todas elecciones mías con las cuales fui muy feliz. Nadie me acosó, nadie me pasó nada. Yo acosaba. A mí no me acosaban.
—¿Vos acosabas en serio?
—No acosaba, pero como enseguida fui figura me tenían una especie de temor reverencial. Te voy a contar un hecho que nunca conté. Resulta que yo cuando beso meto la lengua, porque si no, me ahogo. Parece de risa pero es así. Estoy muy acostumbrada a abrir la boca pero no es por hacerme la sexy, es porque si no, me ahogo. Tengo un problema de respiración porque cuando era chiquita me caí de la silla donde mi madre me daba de comer y me hice mierda la nariz.
—El beso de ficción es sin lengua.
—Además, las películas que nosotros hacíamos eran con Olmedo y Porcel, que eran recontra naif. En la única película que tuve que besar a todos fue en Los caballeros de la cama redonda, que tuve que besar a Chico Novarro y un montón que ni me acuerdo, y yo les metía la lengua y los chabones se quedaban mudos, no solamente me apretaban más sino que se ve que no se lo decían a nadie, o se habrán dicho: “Esta pibita es una turrita”. Nunca me pasó nada porque nadie se atrevía a decirme nada. Pero no era queriendo conquistarlos ni nada, nada más que no sabía besar si no era con la lengua metiéndola (risas). Me acuerdo que un día estábamos haciendo una escena con Javier Portales, pobrecito, que estaba bailando conmigo y me tenía que dar un beso y le metí un lengüetazo que se quedó mudo. No sé si no tuvo que cortar. Esto a nivel inconsciente, porque no es que voy a agarrar a este chabón y le voy a calentar la bragueta. Cero eso. Me parece que las minas que están en el teatro y abusan de su cuerpo, y en vez de mirar al cómico son casi extorsivas y miran a ver si tienen alguien en la platea para levantárselo, y después a la salida gateárselo, son de cuarta. Jamás usé mi cuerpo para levantarme a alguien; al contrario. Si no, no estaría haciendo Brujas hace 32 años.
—Con Castiglione soltaste y perdonaste, ¿con Vadalá?
—Con Vadalá no siento nada. Qué loco, ¿no? No sé si sentir nada es cubrir otras cosas. Yo ya duelaba antes. Lo había dejado a Luis y él no podía soportar la idea de que yo lo dejara. Me contaron amigos míos, un doctor muy importante que era abogado mío, me dijo que lo fue a invitar a su casamiento y la mujer estaba embarazada ya. Se casaba con la mujer embarazada o algo así. Y dice que lloraba diciéndole que era el amor de su vida. “No me quiero separar de Moria, pero vení a mi casamiento”. El tipo estaba loco y me ha perseguido muchas veces con un revólver. Sí, sí, sí.
—¿Vadalá a vos te persiguió con un revólver?
—Sí. Hay amigos míos que te pueden dar constancia. Sí, mi amor. Tenía un nivel de locura… No sé qué le pasaba.
—¿Con qué objetivo?
—Que no lo dejara. Yo ya había duelado y él había entrado en una etapa medio conflictiva, que pensaba que era por culpa mía, y nada era culpa mía. Yo no tengo culpa de nada, le había dado un negocio de mucho dinero para que me lo manejara y no estaba preparado para hacerlo. Lo mareó todo. Hizo una vida rarísima. Y sé que le hizo daño a mi hija. Después me lo contó ella, porque no quería arruinar nada nuestro. Es una persona que en un momento fue pasión, calentura, qué sé yo, un tipo que conocés en un avión, después me siguió, lo conocí en Miami, empezamos a andar. Era guapo, varonil, un poquito más joven que yo, apenitas, seis años nada más. Me ayudó en un momento con Playa Franca. La hizo linda en la época de esplendor. Y después no sé en qué terreno entramos que el hombre empezó a mostrarse de una manera muy agresiva y yo no hablo las cosas, las voy duelando sola. Entonces un día le digo: “Se terminó”, y el otro no se enteró por qué se terminó, porque mi manera de ser no era rechazar nada, era como si no pasara nada. Entonces no sentí nada: ni amor, ni desamor, ni “qué pena”, ni “qué buenos momentos”, ni “qué malos momentos”. Nada.
—Cuando decís que le hizo daño a Sofía, ¿querés contar qué pasó?
—Le pegó una vez. Después me lo contó. A mí me da igual que esté muerto porque la muerte no mejora a las personas. Se me metió en la ducha un día. Tenía un arma en mi casa, y mi hija un día lo vio que salió a tirar tiros. Tenía esos mambos. Pobre tipo, qué sé yo. No sentí nada. Sí sentí por la muerte de Carlos Sexton, que fue un hombre muy importante en mi vida. Y sí lo sentí con el padre de mi hija, a Mario Castiglione, cuando se murió. Por supuesto que sí.
—Y hoy, estás en un momento de un amor completamente distinto.
—Un amor bueno.
—Con un par, no con alguien que vos estás armando.
—No. Con un hombre absolutamente armado. Nunca conocí un hombre como él y eso es lo que me tiene seducida. No se parece a nadie, a nada. Es muy sabio, y al mismo tiempo un niño puro. Nos llevamos muy bien intelectualmente.
—¿Hablan de política?
—Muy poco. Él es una unidad básica andando. Cuando estoy en la cama con él digo: “Falta Perón”. A Evita la tenemos. Perón, Evita, los perritos de Perón. Él con el padre Mugica, los Juegos Nacionales Evita cuando jugaba. Eso, todo arriba de la cama, con una imagen de Jesucristo al lado que por supuesto el primer día de cama digo: “Bajame todo eso porque yo no tengo libido para bancarme todos estos perritos y estas imágenes”.
—A la hora del amor.
—A la hora del sexo, a la hora del amor, él está con Perón en la mano porque siempre tiene que leer algo de historia de Perón porque así me levantó. O sea que yo me voy a la cama con Perón todas las noches. Es una unidad básica horizontal.
—¿Puedo llegar a encontrar una “Marcha peronista” para musicalizar el momento del sexo en tu casa?
—(Risas) Y… más o menos. Yo creo que sí, eh. Él entró a mí por Perón: mandándome cosas de Perón. Mi madre era peronista, mi tía trabajó en la Fundación Evita, el marido de mi tía fue guardaespaldas de Perón, mi niñez estuvo muy ligada. Entonces, si bien yo no soy de ninguna ideología porque soy muy casanística, pero bueno, me flexibilizo al entender la historia. El otro día me llevó al CENARD, que creó él, que se había creado antes pero después de la Revolución del 55 se vino abajo, lo tiraron. Hay un teatro impresionante del año 55 que lo están remodelando ahora porque se usaba como depósito; no te puedo explicar lo que es.
—Hay una cosa de admiración.
—Totalmente. Lo admiro, admiro su nobleza y su lealtad para con sus amigos. Para los que están y para los familiares de los que ya no están.
—¿Es romántico con vos?
—Él es seco. Él no es muy romántico. Él es pragmático, pero es un amor igual. El “Negra, te amo” no falla.
—¿Te gusta ir a votar?
—Me gusta ir a votar. Siempre voy a votar.
—¿Te ves suegra de un posible presidente?
—No hago futurología y más en este país que no resiste análisis. Lo que te puedo decir de Sergio Tomás Massa es que tiene una brillantez impresionante, que sabe de qué se trata, y que es un tipo que ha estado trabajando 28×30, vive con el culo en un avión tratando de ir a China, a Estados Unidos, viendo cómo se pueden renegociar los millones que nos dejaron o que están por venir, y la sequía, y las siete plagas de Egipto que nos han pasado desde que está este gobierno en el poder. Para mí es un nuevo peronismo porque además no quiere la cosa fragmentada: quiere la unión y quiere la lealtad. Me ha demostrado en estos dos años y medio que estoy constantemente con esa familia que es un hombre de grandes valores como hijo, como padre, como amigo, como marido. Y como político, es re brillante.
—Me quedan dos momentos de tu vida.
—El segundo era que sufrí cuando terminé el colegio primario. Me fui a mi casa y me quedé en la cama dos días. Lo que lloré porque dejaba mi infancia, me prometí que nunca más iba a pasar por el colegio ni nunca más me iba a acordar de ese colegio. Me costó fiebre y dos días de somatización. Al tercer día me levanté y no me acordé nunca más del colegio hasta el día que murió mi padre; al ir a la casa de mis padres paso por primera vez por el colegio.
—Chiquita.
—Muy chiquita. En el año 77. Y el otro, cuando conocí el mar por primera vez, que entré con mi padre también, que era un gran nadador y medía como dos metros. Fuimos a Mar del Plata. Yo no conocía el mar. Me abrazó, nos cubrió una ola y yo dije: “¡Guau, esto es como nacer!”. Sentí que estaba en líquido amniótico. La sensación era brutal.
—Teatro, ShowMatch, el podcast. ¿Por qué tanto trabajo? ¿Te hace feliz? ¿Lo seguís eligiendo?
—Sí, lo sigo eligiendo.
—¿Hay una necesidad económica de sostener también tu estructura? Porque uno imagina que una diva como vos ya está resuelta en la vida.
—Sí, estoy resuelta y me puedo dar el lujo de vivir sin trabajar, pero no quiero. Porque, ¿sabés qué? Si fuera alguna vez funcionaria, que no pienso tenerlo, soy funcionaria del espectáculo, cambiaría la palabra jubilación por jubileo, que es aniversario. Aunque no cobres una buena jubilación, aunque sea medio humillante. Qué duro que es cuando decís jubilación, clase pasiva. Te pasan de activo a pasivo. Es muy cruel porque están diciendo que sos un ser pasivo. Hay gente que pide trabajo, el problema mío es decirle que no a todo lo que me ofrecen porque por mí, haría todo. No me canso. Te juro que no me canso.
—10 años ya como jurado de ShowMatch. ¿Cómo te voy a encontrar este año?
—No tengo la menor idea. Dejame ver cuando esté en la pista y cuando pasen los primeros participantes. Estamos todos en nueva era. Todos nos hemos modificado. Tranquila. Va a ser difícil.
—La lengua karateca.
—La lengua karateca sigue forever. Pero no sé esta gente nueva cómo es. Conozco a algunos como El Tirri. Tampoco los quiero conocer mucho ni ver ninguna previa de ellos; quiero la pista. Va a ser muy grato para la gente que lo está esperando.
—¿Qué le decís hoy a esa nena que entre sus ocho y sus 16, lloró?
—Esa nena me sigue haciendo llorar. Es mi escudo en este momento y es la que me protege. Esa chica que, pese a ser vulnerada, hizo que yo sea una gladiadora. Hace poco un amigo me mandó la foto mía de cuando era nena y yo quedé como una nenita mirándome, y me abracé a Galo, porque me llegó en el teatro, y empecé a llorar de una manera… Dije: “Bueno, acá estoy, eh. Esta es tu nueva era, esta nena está más firme que nunca. Esta es la que sigue siendo tu escudo”. Así que le diría gracias, porque soy una gladiadora gracias a ella.
Mirá la entrevista completa:
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