Poemas para la vida: ‘Carta de amor’, de Sylvia Plath – hoyesarte.com

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Alumna en la Universidad de Boston del poeta que inició en Estados Unidos el género confesional en la poesía, Robert Lowell, Plath seguiría esa senda tan característica de la lírica estadounidense, convirtiéndose en una de sus más destacadas cultivadoras. Cada uno de sus poemas es un grito documental que apela a lo más íntimo de quien escribe, de quien sufre y goza en el complejo ejercicio de la vida.

Nacida en una cultivada familia de origen alemán, hija de un reconocido entomólogo, Plath destacó desde la infancia, no sólo como una estudiante apegada a las matrículas de honor sino como una mujer obsesionada con la perfección. Parecía dotada para todo: la pintura, las ciencias, el piano… pero sobre todo para la escritura y, de hecho, apenas metida en la adolescencia ya había visto publicados poemas y cuentos en algunas revistas.

Por entonces inicia unos diarios que seguirá escribiendo hasta su muerte y se siente cada vez más cercada por un trastorno mental que la condujo al primer intento de suicidio cuando todavía no había cumplido diecisiete años. Así lo detalló en su novela autobiográfica La campana de cristal, publicada con el seudónimo Victoria Lucas.

Tras un intenso tratamiento psiquiátrico, con electrochoques incluidos, se graduó con las máximas calificaciones en el prestigioso Smith College de Nueva Inglaterra, institución en la que más tarde sería profesora, obtuvo una beca Fulbright y se incorporó a la universidad británica de Cambridge, donde conoció al poeta inglés Ted Hughes, con quien se casó en 1956 y con el que tuvo dos hijos, y del que se divorciaría en 1962.

Tras la separación ella regresó con los pequeños a Londres y alquiló un apartamento en el que había vivido el escritor W.B. Yeats. Allí, el 11 de febrero de 1963, se suicidó abriendo el gas de la cocina mientras sus hijos Frieda, -hoy una prestigiosa columnista de la prensa británica-,  y Nicholas, de cinco y dos años, dormían en la misma casa. Sylvia Plath está enterrada en el cementerio Heptonstall de West Yorkshire.

Tras su muerte, Hughes actuó como editor del legado personal y literario de Plath, siendo severamente criticado por haber destruido el último volumen del diario de ella, aquel que abordaba el tiempo que pasaron juntos. En Cartas de cumpleaños,  la última recopilación en vida de su poesía, Hughes rompió su silencio hablando de su relación con la obra de ella con enorme claridad, pero sin disculparse.

Plath solo vio publicado en vida un poemario, la recopilación de sus primeros versos El coloso (1960). En Tres mujeres, poema narrado para la BBC en 1962, la escritora dota de una nueva visión a su poesía y, desde ese momento, concibe lo que escribe para ser leído en voz alta. Este es uno de sus últimos poemas, junto con los integrados en Ariel, el libro que, como la novela La campana de cristal, saldrían a la calle a los pocos días de su fallecimiento. Pero la publicación de Crossing the Water y Winter Tress, en 1971, dos volúmenes poéticos, sirvieron para el definitivo reconocimiento de una escritora irrepetible.

En 1982, Plath fue la primera poeta en ganar un Pulitzer póstumo por sus Poemas Completos. Del conjunto de su obra rescatamos, en traducción de Jesús Pardo, esta Carta de amor:  

No es fácil expresar
lo que has cambiado.

Si ahora estoy viva
entonces muerta he estado,

aunque, como una
piedra, sin saberlo,

quieta en mi sitio, mi
hábito siguiendo.

No me moviste un
ápice, tampoco

me dejaste hacia el
cielo alzar los ojos

en paz, sin esperanza,
por supuesto,

de asir los astros o
el azul con ellos.

No fue eso. Dormí: una
serpiente

como una roca entre
las rocas hiende

el intervalo del
invierno blanco,

cual mis vecinos,
nunca disfrutando

del millón de mejillas
cinceladas

que a cada instante
para fundir se alzan

las mías de basalto.
Como ángeles

que lloran por la
gente tonta hacen

lágrimas que se
congelan. Los muertos

tenían yelmos helados.
No les creo.

Me dormí como un dedo
curvo yace.

Lo primero que vi fue
puro aire

y gotas que se alzaban
de un rocío

límpidas como
espíritus. Y miro

densas y mudas piedras
en torno a mí,

sin comprender.
Reluzco y me deshojo

como mica que a sí
misma se escancie,

igual que un líquido
entre patas de ave,

entre tallos de
planta. Mas no pienses

que me engañaste, eras
transparente.

Árbol y piedra
nítidos, sin sombras.

Mi dedo, cual cristal
de luz sonora.

Yo florecía como rama
en marzo:

una pierna y un brazo
y otro brazo.

De piedra a nube iba
yo ascendiendo.

A una especie de dios
ya me asemejo,

hiende el aire la
veste de mi alma

cual pura hoja de
hielo. Es una dádiva.



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