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El 31 de enero de 1923 llegaba a la vida uno de los poetas más singulares de Salta: Raúl Aráoz Anzoátegui. Fue hijo de Ernesto Aráoz -también escritor y gobernador de la provincia entre el 41 y el 43- integró La Carpa y cultivó múltiples oficios.
Según Santiago Sylvester, el hacedor, a quien consideraba su hermano, tiene “un sitio ganado” en el mapa cultural, por su obra “consistente y sólida”.
Por su parte, la profesora María Eugenia Carante añade que el artífice de “Tierras altas” y “Rodeados vamos de rocío” fue un “ávido lector”, dueño de una “escritura remozada, novedosa y que, efectivamente, rompía con los estereotipos de la región”.
Así, a un siglo de su nacimiento, uno de sus nietos, Pancho Aráoz, recuerda a su abuelo como “un personaje realmente elocuente y divertido, que siempre generaba algo. En cada encuentro generaba una historia. Nos ha sabido transmitir a todos el amor por las letras, por la literatura”, comenta y agrega: “Nos proponía juegos que estaban vinculados con las palabras, buscar sinónimos o significados. Y por supuesto, el gusto por los libros que he heredado particularmente, la vida de editor, de imprentero. Desde muy chico jugábamos en la imprenta de mis abuelos y nos enseñaron el oficio. Siempre dije que nos pusieron tinta en la mamadera. Por eso muchos de mis primos y yo llevamos esto con orgullo, lo hemos aprendido desde muy chicos”, sostiene desde su sello Mundo Gráfico.
Asimismo, y para reforzar la semblanza de este indispensable salteño, dialogamos con Zulma Palermo, profesora emérita de la Universidad Nacional de Salta y doctora honoris causa por las Universidades Nacionales de Formosa y de Jujuy, como parte de su extensa trayectoria.
–A cien años de su natalicio ¿cuáles cree que han sido las aportaciones más importantes de Aráoz Anzoátegui a la cultura nacional y provincial?
-Raúl Aráoz Anzoátegui -llamado entre nosotrxs el “Negro Aráoz”- forma parte del campo cultural que tomó fuerte presencia en el NOA desde el primer tercio del siglo XX. Ahora bien, el conjunto de expresiones creativas que empezaron a circular en ese momento no estaban aisladas, por un lado, de las innovadoras formas de expresión en Buenos Aires; por otro, de lo que circulaba y se extendía por el sudcontinente. Nuestro poeta, además, habitó en sus años jóvenes en la Capital del país e interactuó con muchxs de los que por esos años marcaban rumbos novedosos en la escritura poética. Creo que gran parte de su legado -que reclama ser reasumido por las jóvenes generaciones locales- es lo que llamaría “responsabilidad poética” en tanto cuidadoso y constante buscador de la palabra justa, con aguda mirada autocrítica en permanente alerta; esa responsabilidad que se encarna en la palabra. Así, en uno de sus últimos poemas, dice: ”A veces disimulo / y no escribo”. Su huella queda impresa en lo que vendría, sobre todo en la llamada Generación del 60 que asumió en gran medida su legado.
–Él era muy joven cuando formó parte de La Carpa y de la llamada generación del 40 ¿cree que este hecho marcó, de alguna manera, su destino de poeta?
-Es así. A su retorno al terruño, y en medio de avatares domésticos, muy joven todavía, se incorporó rápidamente al circuito local, interactuando no sólo con sus pares en la escritura poética, sino con artistas plásticos y músicos, todos ellos buscando romper con las formas de expresión precedentes. La Carpa -que nucleó a escritores de muy diverso perfil- fue, sin duda, un hito que señalaría una transformación fundamental pues no sólo subvirtió el lenguaje de la poesía, sino que fijó su interés en los sectores hasta entonces no visibles de la sociedad, salvo esporádicas excepciones: el habitante del valle y la montaña en sus formas de vida. A eso se suma la presencia activa de voces femeninas hasta entonces no incorporadas. La poseía de Raúl es generalmente leída como intimista; sin embargo, tiene también –y siempre- aquella impronta, diciéndola en un tono mayor, como en su poema “Abril. 1982”, escrito durante la Guerra de Malvinas, cuyos últimos versos suenan a plegaria y profecía: “Aunque yo me encueve / para no saltar en pedazos, / y mis pedazos anden sueltos / por la tierra, // mientras el hombre siga /pisoteando la luna / hasta que estalle el mundo”.
–Fue funcionario público del Ministerio de Turismo, director de ATC del 83 al 86, delegado del Fondo Nacional de las Artes, artífice de Ediciones Limache, ensayista, poeta. Entonces, ¿era ecléctico, curioso, o cómo lo retrataría?
-Raúl fue para nosotrxs mucho más que eso. Fue un verdadero trabajador cultural, una persona generosa como pocas, siempre de la mano con René, la madre de sus muchos hijos. Los que lo acompañamos en sus múltiples actividades de gestión institucional sabemos muy bien de eso. En cada lugar que ocupó –y también en los emprendimientos personales- se dio generosamente a apoyar y promover todas las acciones que se le proponían o que él mismo pergeñaba. Como programador, como editor, como asesor, nunca fue un “funcionario” y mucho menos un “burócrata” a servicio del Estado, sino de la sociedad. Es también en este orden de sus haceres que se encuentra arraigada su mirada social ya que, como funcionario, fue uno de los artífices del primer Festival Latinoamericano del Folklore concretado en Salta por primera vez en abril de 1965.
-En su tiempo, sostuvo una postura muy crítica al asegurar “La poesía del norte se había detenido con demasiada fruición en ‘pintoresquismos’ que no reservaban otro mensaje que el de su minúscula intrascendencia…” ¿cómo describiría a la obra en verso de Aráoz Anzoátegui a partir de esta toma de posición?
-Decía antes que la poesía de Raúl, entramada en la estética de los 40, estaba -y siguió estando hasta el final- atravesada por el deseo de subvertir el estado de la poesía preexistente, movida por el surgimiento en el centro y el sudcontinente de las llamadas “izquierdas”, tras el cimbronazo de la revolución cubana extendido a la región. Al mismo tiempo, en el espacio nacional, la puesta en el poder de un gobierno popular que necesariamente sacudía las entrañas del conservadurismo cuyo dominio se enseñoreó en esta tierra desde siglos, con efectos directos sobre la expresión estética. La poesía de Raúl, en ese contexto –y de ahí en más-, respondió proponiendo un lugar de alternativas, al inscribir para el todavía pequeño espacio local, otra mirada. Repito entonces, no se trata solamente de una subversión de la forma poética sino de un cambio fundamental en la concepción del mundo. Así lo enuncia en “Confesiones Menores” inscribiendo como epígrafe un par de versos de Octavio Paz: “… los ratos míos / son más míos si son también de todos”. Una mirada que se aleja, sobradamente, de los telurismos de entonces y de ahora.
-Dijo también: “es el hombre de letras, quien debe iniciar el diálogo entre sus semejantes; y este diálogo estará, en principio, en su misma creación, en lo que ello signifique como testimonio de vida”. En este sentido, ¿por qué es fundamental recordar hoy a Aráoz Anzoátegui, cómo dialoga su obra con los lectores de este siglo?
-Ese enunciado del poeta no hace más que reiterar lo que hasta intenté perfilar. Decir/nos cómo se ve a sí mismo en tanto “hombre de letras”; cómo su función es la de establecer vínculos, de interactuar decimos hoy, “en principio”, con lxs lectores por la mediación de sus creaciones. Esxs lectores no serán sólo los de hoy sino también los que apela a futuro. Tengo para mí, con casi certeza, que leer su poseía hoy es justamente eso: re-cordar desplazar tales vínculos en cordialidad –con el corazón- para darnos la posibilidad de re-existir en este mundo en crisis. Re-leer la aventura poética de Rául Araóz y las otras de su tiempo, colabora en el imprescindible armado de la propia memoria, memoria que es “testimonio de vida” y -como expresara muchas veces Héctor Schmucler-,“recuerdo de lo ya acontecido [porque] consigue poner en duda la virtud del presente cuando su mérito proviene del solo hecho de ser presente”.
-¿Cómo evalúa el presente?
-Creo que es decisivo en estos tiempos amenazados por grandes incertidumbres, arrasados por múltiples pandemias, pensar el porvenir. No podemos ni siquiera vislumbrar qué rumbo tomará el mundo; pero es posible y necesario, tal vez quijotescamente, proyectarlo desde una construcción crítica de su memoria, de cuáles son los valores que nos deja, para avanzar por senderos hasta aquí no explorados y, así, abrir nuevas utopías para nuestras sociedades. Hay en Salta en nuestros días –por fuera de la mercantilización que ofrece el escenario- un saludable reencuentro con las expresiones creativas que nos precedieron y que fertilizarán de nuevo nuestro suelo sin las abonamos con crítica y transformadora esperanza. Es en ese orden del deseo que repito estos versos por Raúl legados en “Cosas necesarias”, pues no es necesario ser filosofx para aprehender el principio fundamental de una ética y una moral personal que se asoma en cada palabra, en cada verso de esta sustancial arquitectura: Si no existieran / el bien y el mal / se hallarían los hombres / girando en el vacío. Sería cualquier árbol / una rama pequeña / que nada ocultaría, / y nunca alcanzaríamos / a encontrar el misterio. // También ahora sé / que aunque lo malo / prevalezca en nosotros / y sea sólo parte / del mundo en que habitamos, / su explosión es capaz / de voltear las galaxias. // Y voltearnos por dentro”.
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