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Al fondo de la sala aguarda TATE Basura, una de las obras con las que Ángel Pantoja avisa del naufragio que deparará la vorágine consumista a la que estamos entregados. La torre de la antigua central eléctrica se alza sobre una colosal montaña de residuos, un enjambre de escenas que remiten al apocalipsis. En otro punto de la estancia, la alemana Theresa Möller plasma en Lichens (Líquenes) una naturaleza desatada, extrañamente hermosa, un paisaje que en su colorido inusual evoca a un bosque encantado y peligroso, tal vez un inabarcable fondo marino. Belleza y decadencia, la exposición que puede verse hasta este viernes en Untagged Art (Pagés del Corro, 151), responde a la voluntad con que este espacio abrió sus puertas en noviembre de 2022, la de propiciar un diálogo estimulante y sin etiquetas en el que convivan disciplinas diferentes.
Pantoja (Sevilla, 1966) se sirve aquí de la fotografía para filtrar su visión del mundo, mientras que Möller (Hamburgo, 1988) escoge como forma de expresión la pintura, pero en ambas obras se respira, pese a las distintas hechuras, la atmósfera inquietante de la distopía. “Normalmente los fotógrafos exponen con fotógrafos, y los pintores con pintores. Olvidamos que el arte es plural”, señala Pantoja, feliz del mestizaje que propone en su sala el galerista Raúl Villalba, un gallego que tras trabajar en Santiago de Compostela y Londres se ha instalado en Triana.
En TATE Basura, el sevillano sepulta la Tate Modern en desechos y perfila la “escenografía de un futuro incierto”. El creador denuncia así “la crisis de valores del individuo de hoy, esclavizado por el consumismo” y los efectos que esta voracidad tiene sobre el planeta. “Pantoja”, analiza Villalba, “trae con sus imágenes al primer mundo algo que está pasando en el tercer mundo, que el capitalismo trata como un vertedero y donde abandona lo que ya no le sirve”.
En otra de las obras, perteneciente a la serie Oceanía, también se produce una aglomeración: ocupa la escena un mar de bolsas de plástico, “algo que está de moda, tristemente. Esta imagen tiene un punto fantasmagórico, telúrico, y es tan bonita como inquietante”, dice Pantoja, decidido a “remover sentimientos” con sus propuestas. “Veo muchas exposiciones y me parece que los artistas hablan de sus cosas, pero la mayoría no está retratando el momento que vivimos. Quieren vender, y es lógico, porque esto es un negocio, pero yo busco un equilibrio. Mi arte no es amable, pero siento que alguien tiene que hacerlo”.
Lo que sí tiene claro el autor es que el compromiso cívico no puede estar reñido con la estética. “Ha habido mucho arte feo que intentaba despertar conciencias, y, sinceramente, no sé si ha servido de algo”, reflexiona. “Yo cuento lo mismo, pero intento también crear algo de belleza”, una pretensión que se advierte especialmente en la reinterpretación que Pantoja ha hecho de La isla de los muertos, de Arnold Böcklin. Caronte, el barquero que en la mitología cruzaba a los difuntos al Hades, lleva en este viaje revisado al inframundo “la manta térmica que se le coloca a los inmigrantes cuando alcanzan la costa”. La referencia al pintor suizo no es casual. “Me gusta que el arte contemporáneo dialogue con los maestros que nos precedieron. No venimos de la nada”.
Villalba se topó con la obra de Möller hace unos años en una feria y desde entonces se siente cautivado por ella. “Es muy sugerente, se enfrenta al paisaje con colores violáceos, corales, inesperados. Su trabajo se percibe de formas distintas: hay espectadores que la ven abstracta, para mí es figurativa”. El arte, en esta galería, se resiste definitivamente a las etiquetas.
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